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Si es verdad -que lo es- que el alma sobrevuela a la muerte, Manuel García Martínez (Reocín, 1938-Torrelavega, 2022), tuvo que escuchar con emoción, ... el aplauso con el que los asistentes a su funeral, en la iglesia de la Virgen Grande de Torrelavega, despidieron su féretro. ¿Quién era este hombre para concitar tanta admiración? Pues, una persona nada prominente. Fue, sencillamente, un hombre tranquilo, honrado, trabajador a carta cabal, siempre sonriente, y buen amigo.
Manolo había nacido en Reocín durante los tortuosos años de la guerra civil. La casa de sus padres estaba en el pueblo que la explotación a cielo abierto hizo desaparecer. Allí vivía el matrimonio con sus doce hijos hasta que la madre falleció, deshaciéndose la luenga familia al contraer su padre nuevo matrimonio. Aún con pantalón corto, Manolo comenzó un largo peregrinaje buscando su futuro, sin mas armas de la valentía y las ganas de salir adelante. Primero, aún un niño, fue acogido en casa de un familiar en Rioseco (Burgos) y desde allí, siendo aún un chaval, a Madrid, donde se había instalado una hermana, en la calle Atocha. Comenzó a trabajar en la hostelería. Eran los años 50, y en Suances otro gran hostelero, Marcelo Alonso, propietario del restaurante El Caserío, comenzaba a dar bodas -por cierto, al aire libre, en la explanada, delante de su bar- y a donde Manolo acudía para «dar bodas» los domingos, regresando el mismo día a Madrid a seguir con su trabajo.
Ya con el oficio bien aprendido, regresó a Torrelavega, entrando de camarero en el afamado Bar Julio, en la entonces avenida Calvo Sotelo (hoy de España), lugar de moda y sitio de cita de los sanitarios que trabajaban en los cercanos Sanatorio El Carmen, Ambulatorio y Mutua Montañesa, donde fraguó muchas amistades y simpatías entre la selecta clientela que frecuentaba el local. Tanto fue así, que decidió establecerse por su cuenta, y en los años 70 abrió, a pocos metros, un bar en aquella misma avenida, El Castillo, frente al instituto Marqués de Santillana. Allí, decenas de estudiantes acudían cada recreo a comprar sus famosos bocadillos de rabas; la cocina era atendida por su esposa y compañera inseparable, Asunción Montes, recientemente fallecida.
En 1975 se instaló en el bar restaurante 'Las Ruedas', en los jardinillos (Pequeñeces), donde permaneció al frente del mismo durante 40 años hasta que decidió jubilarse pasando a llevar el negocio su hijo Óscar, quien lo regenta actualmente.
Otro hijo, Manolo, es propietario, junto a su mujer, Almudena Herrera, de otro local, famoso por sus blancos, 'La búcara'; Antonio y Sheila, sus otros dos vástagos, no siguieron sus pasos.
Manolo García fue un hombre sencillo, muy familiar, sin más ambición que ver bien a los suyos, y cuya vida comenzó a escaparse cuando lo hizo la de su esposa, junto a quien luchó, formando una gran familia y creando buenos negocios. Ya descansa en paz un hombre alegre, honesto y trabajador.
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Ana del Castillo
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