Un refinado espíritu que practicó la doctrina social de la Iglesia

Cuando falleció su madre –a la que sentía muy unido– se trasladó a vivir a Lyon (Francia) para profundizar en su formación espiritual en la Asociación de los Sacerdotes del Prado, un grupo que llegó a España en el periodo de máxima efervescencia social y eclesiástica, con las reivindicaciones obreras, democráticas y culturales.

En los años noventa viajó a Cuba, donde permaneció tres años. En ese país sufrió un grave accidente de coche y por orden del obispo José Vilaplana fue repatriado para su recuperación. Tras su restablecimiento, fue destinado a las parroquias de las Reparadoras en Santander y a La Asunción, Campuzano y Virgen Grande en Torrelavega. Cuando comenzó a hacerse visible su deterioro cognitivo, ingresó en la Residencia para Sacerdotes Mayores Santa Marta, en la Fundación Asilo, donde falleció.

Lector empedernido, profundo conocedor de la obra de los grandes espiritualistas de la Iglesia, leal amigo, sin ambiciones por el poder, ni dobleces en su forma de vida –emblemático predicador–. Su personalidad la resume quien fuera gran amigo y compañero, Jesús Fernández: «Fue un hombre en el que el corazón prevalecía sobre la mente, sensible y cercano. Un profundo intelectual que vivió de cara a Dios».

Descanse en paz.