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Hubo cientos de personas en el Santuario de la Virgen del Carmen, en Revilla de Camargo, en la despedida de José Manuel Bolado Muñiz para acompañar a su esposa, María José; a sus hijas, Katia y Paula; a su nieta, Manuela y a su hermano, ... Michel. Con motivo. José Bolado fue un hombre muy querido, muy respetado y muy admirado y allí se vio, en aquella despedida. Dejó este mundo el pasado 4 de agosto, a los 65 años de edad.
Fue el remo lo que más popular le hizo, pues compitió al máximo nivel a lo largo de 23 temporadas, entre 1977 y 1999. Remó en Pedreña y en Astillero, pero sus doce años en el Club de Remo Ciudad de Santander hicieron de él la figura más reconocida y brillante del club de la capital. Allí compartió bancada con Manzano, Tanque, Lobato, Lechero, Mantilla... tantos grandes remeros. Entrenó a las órdenes de José Angel Lujambio, Vicente Corta, Pachi Hidalgo, Carlos Aparicio... Él mismo se hizo cargo de la preparación de la Virgen del Mar en la temporada de 1992, cuando presidía el club Ángel de los Arcos y lo dirigía José Domingo Bolado Paúl. Fue el gran líder de aquellas generaciones de remeros, y lo fue siempre: también cuando, al concluir la campaña del 99, decidió colgar el estrobo. Líder de todos, pero también un gran compañero, referente en lo deportivo y ejemplo en valores, honestidad e integridad personal.
Acaso fue el mejor remero que haya dado Cantabria a lo largo de su historia, aunque no ganó las Regatas de La Concha, como otros, ni el Campeonato de España de traineras. Los ciclos del deporte tienen estas cosas. En 1976, en Pedreña, tenía 17 años. Por edad, no pudo embarcar con Rubén Laso para ondear, por última vez, la Bandera de San Sebastián. Luego vino el largo declive del remo cántabro. Se retiró en 1999. En 2000 Astillero volvió a ganar un Campeonato de España de traineras, 28 años después. En 2001, Castro ganó en La Concha, 25 años después del último triunfo de Pedreña. Fue la gran referencia del remo cántabro a lo largo de esas dos décadas, en las que, sin embargo, no hubo éxitos. Él siempre lo dijo: mi mayor éxito deportivo fueron los compañeros que hice.
En nuestros días, hubiera podido fichar por clubes punteros y ganarlo todo, dada su calidad. Pero nunca le interesó. Fue siempre un remero de club. Y de sus compañeros. Por eso fueron tantos los que le despidieron en su funeral con lágrimas en los ojos y remos en alto, cuando María José portaba sus restos a la puerta de la ermita. ¡Grande, José! El remo cántabro nunca te olvidará.
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