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El mismo día en que fue enterrado en el panteón familiar de Sierrapando habría cumplido 74 años. Luis Anselmo Sainz Pérez falleció después de tres meses luchando por salir adelante tras un inesperado fallo en su salud de hierro. Luis, para la sociedad santanderina, 'Ñaja' para su Torrelavega natal, deja una gran recuerdo como persona y profesional, como padre, esposo, hermano y amigo que testimoniaron con su rotunda presencia en el último adiós.
Luis había nacido en 1949 en Villapresente (Reocín), de donde procedía la familia, pero pronto sus padres se trasladaron a vivir a Sierrapando. Su padre, Jesús, era tratante de ganado, y su madre, Felicitas, maestra nacional que había obtenido plaza en este tranquilo pueblo de la capital del Besaya. En Sierrapando creció junto a sus hermanos mayores, Jesús María 'Chemari' y Bernabé (para los torrelaveguenses, Nacho) en una bonita casa situada junto a la iglesia. Luis era el pequeño, el 'nene', y de ahí el apelativo cariñoso de Ñaja.
Inició sus estudios en Nuestra Señora de la Paz, Sagrados Corazones, y después, en la Escuela de Comercio de Santander. Dicen quienes le conocieron que era un hombre 'echado para adelante', lo que hoy llamamos un emprendedor, y que en su afán por superarse siguió con los estudios, primero, como perito mercantil, y más tarde licenciándose en Ciencias Económicas (era el colegiado número 80) y censor jurado de cuentas. Como docente, hasta su jubilación, estuvo ligado al Instituto Politécnico de Peñacastillo al tiempo que fundaba, junto a dos compañeros de carrera, la firma Asesores Reunidos y Abogados, que hoy regentan sus hijos Luis y Anselmo en Santander. Fue también propietario de empresas dedicadas a la instalación de gas y calderería, al trabajo temporal y hasta armador de un barco carguero llamado 'Polanco'. Muy ligado al Real Racing Club, fue presidente y consejero económico de la entidad en los años noventa.
Fue Férnan, otro torrelaveguense, su mejor amigo, quien le presentó en 1969 a la también 'portuguesa' Carmen Cobo con quien se casó, fijando primero su residencia en la capital del Besaya y después en El Sardinero.
Hombre afable, recto, responsable, noble y equilibrado -un gran trabajador- viajó hasta la Casa Eterna rodeado del cariño y el respeto de todos por su bonhomía, dejando una referencia insustituible en sus hijos.
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Ana del Castillo
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