
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Los hombres y mujeres que tuvieron que lidiar con las penosas consecuencias de la guerra, forjaron su futuro con trabajo, sacrificios, soportando penalidades y con ... mucho afán de superación. En cada pueblo hubo una impagable generación que proporcionó a los suyos el bienestar del que ellos carecieron. Así ocurrió también en Mataporquera, donde en 1929 vino al mundo Constancio Rodríguez Gutiérrez, empresario de construcción y carbones –también ebanista– que ha fallecido después de una larga vida presidida por la honestidad y el trabajo bien hecho. Junto a su esposa, Antonia del Pozo, vivieron siempre en su pueblo del que solía decir que no lo cambiaría por nada del mundo. Allí, en una magnífica casa, formaron una gran familia trayendo al mundo a Antonia, Conchita, Domi, Gelín, Chuchín y Juan Carlos, éste párroco de Nuestra Señora de la Asunción en Torrelavega.
Su vida fue el duro trabajo y el cuidado de la familia, y en sus ratos de ocio, el contacto con la naturaleza, de la que decía «no debemos olvidar porque somos parte de la naturaleza, y como tal, hemos de cuidarla». Fue un hombre que tuvo como consigna vital prosperar, pero con honestidad y dignidad, con el horizonte de sacar adelante a su familia y dar puestos de trabajo, lo que hizo con generosidad, a veces, contratando sin excesiva necesidad, pero sabiendo que en las casas se necesitaba llevar el pan cada día. Trabajó en el campo, ayudando a su padre en la carpintería y haciendo reparto de carbón, para grandes empresas como Solvay. Comenzó con una bici, después compró un iso carro, y finalmente un camión Ford que adquirió en una subasta después de la guerra. ¿Y los domingos?, a sacar rendimiento al vehículo, contratado por ganaderos para llevar las reses a las ferias. Así pudo adquirir una preciosa casa en Mataporquera, que compró al médico de su pueblo, un edificio de tras plantas, con un envidiable jardín, taller, cochera, una nave…
Sus inicios en el trabajo se remontan a cuando tenía 14 años y ayudaba a su padre en la carpintería. Le gustaba recordar que el primer encargo en el que trabajó fue por cuenta del ejército que, al acabar la guerra civil, les encargó maletas de madera para los soldados. Debían de ser de este material por su resistencia, y ¡para poder sentarse encima! Siempre tuvo este taller, además de dedicarse a la construcción, habiendo levantado algunas de las mejores casas de su comarca.
Se jubiló a los 64 años, después del deber cumplido: preparar a sus hijos para que pudieran afrontar la vida con menos sacrificios que él. En su larga jubilación (casi 30 años) no dejó de dedicar sus seis o siete horas diarias a su taller de madera, a sus paseos por el campo, al cuidado de su jardín.
Decía que sus hijos no les habían dado ningún disgusto serio y sí muchas satisfacciones. Hasta que un día llegó la sorpresa. Juan Carlos, el benjamín, que era un destacado bancario con un gran presente y futuro profesional, reunió a sus padres y le dijo que iba ser sacerdote «eso fue para mí la mayor satisfacción de mi vida» el feliz remate. Ha fallecido con la paz de quién llenó su vida de esfuerzo y pundonor. Descansa en la paz del Señor.
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Ana del Castillo
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