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Alfonso Sanz Peña falleció a principios de año en Madrid, pero este pasado martes su familia, amigos, vecinos y antiguos alumnos de Cantabria se han reunido en una misa en la parroquia de Nuestra Señora de Montesclaros de Cazoña para recordarle y arropar a su ... esposa, Soco Arronte, su hija Marta, su yerno y sus nietos.
Alfonso dedicó toda su vida a la docencia, pero su familia fue una parte irrenunciable y tuvo en él una figura fuerte cuando debieron hacer frente a unos momento especialmente duros por la muerte de sus hijos Carlos (2007) y Alfonso (2020).
Sanz nació en Llanes (Asturias) y estuvo interno en el convento de los hermanos de La Salle en Bujedo (Burgos). Gracias a ellos pudo estudiar. Primero Magisterio y, posteriormente, Químicas, en Valladolid. En la capital castellana comenzó su carrera como profesor, una labor que se prolongaría durante cincuenta años y que compaginó con la dirección del colegio mayor Torres Quevedo en Santander y su trabajo en los cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander y de la Complutense en El Escorial.
El instituto Ría del Carmen de Camargo (en el que se jubiló) y el instituto Santa Clara de Santander fueron algunos de los centros en los que dejó su buen hacer como docente sin olvidar sus inicios en colegios de La Salle. Especial relieve tuvo su labor como director de la residencia de los Cursos de Verano de la UIMP, tarea a la que dedicaba el período estival, y su trabajo en los Cursos de Verano de El Escorial, de los que fue uno de sus promotores.
Tras su jubilación, en el año 2002, se dedicó varios años a colaborar con el Banco de Alimentos de Cantabria hasta que, tras la muerte de su hijo Carlos, se trasladó a Madrid para estar más cerca de su hija. Para Alfonso la docencia, en su acepción más amplia, era fundamental, pero también el aprendizaje. Su esposa Soco recuerda que tuvo uno de los primeros ordenadores Astra que llegaron a España y que escribió un tratado sobre energías renovables.
A pesar de que los últimos años, especialmente a partir de la pandemia, fueron duros por la perdida de visión, Alfonso nunca perdió el ánimo y compartió con su familia todos los momentos que pudo. Le gustaba viajar y siempre que podía llevaba a sus nietos a sus dos ciudades emblemáticas: Valladolid y Roma.
Su hija Marta leyó un panegírico en el funeral celebrado en Madrid en el que le definía como «un hombre inteligente, educado, elegante, íntegro, gran conversador, culto, trabajador… y, por encima de todo, con una bondad que a veces rayaba la inocencia». Los que le conocimos podemos dar fe de que ello y de que dejaba huella. La presencia de muchos de sus alumnos en la misa celebrada en Santander lo acreditan.
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