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Dice su hija Susana, que su padre era «un ser de luz». Su otra hija, Arancha, le recuerda como «un padre infinito». Ha fallecido Francisco ... González Ruiz, Paco para la legión de amigos que le apreciábamos y respetábamos. Hablamos de un hombre extremadamente cariñoso, cabal, trabajador, emprendedor, vital y ¡de eterna sonrisa! Con ella nos quedamos quienes tuvimos la suerte de conocerle. Paco era un torrelaveguense de pro aunque había nacido en San Martín de Quevedo, en la cuenca alta del río Besaya. Sus padres eran ganaderos pero él no quiso seguir esa tradición y 'se bajó' a Torrelavega muy pronto, entrando a la trabajar como mancebo en la farmacia de José Luis Balsera -anteriormente Garzón- en la calle Serafín Escalante. Permítanme hacer una referencia personal. Cuando éramos niños nos gustaba acompañar a nuestros padres a la botica porque Paco metía la mano en un cajón enorme que tenía bajo el mostrador, sacaba unas pequeñas bolas de color rosa, de chicle, y nos daba un puñado. Allí estaba trabajando, siendo un joven, cuando reparó en una chica madrileña, muy, muy guapa, Marisa Hernández, que venía en verano a Torrelavega porque aquí tenía familia, los Ventureira, afamados comerciantes de vino. Marisa llamaba la atención -había sido Miss Madrid-, y Paco la fijó como su futura esposa. Tuvo que trabajarse bien a la que pretendía como novia, y así, cuando salía el sábado de la farmacia, cogía el tren correo para ir a Madrid, rondar a Marisa, y volver el domingo en el coche-cama para estar el lunes en la botica. Como quien la sigue la consigue, Paco logró el sí y se casó con Marisa en el antiguo Monasterio de San Jerónimo, en Madrid, que la joven era de familia de prosapia. Dicen sus hijos, y lo testificamos cuantos le conocimos, que fue un «marido 20». Cuando en el hospital agotaba sus últimas horas de vida, y con la mente quizás algo ya confusa, abrió los ojos y le dijo a su mujer: «Eres tú, o eres un sueño», cuentan emocionadas sus hijas.
Ya el matrimonio en Torrelavega, se instalaron en un piso de la calle Félix Apellaniz, y tuvieron dos hijas: Susana, abogada con despacho, y gerente de la empresa de la administración de fincas Adinor, en Torrelavega, y Arancha, que estudió Filología Inglesa y que reside desde hace 30 años en Londres. Después, Paco construyó un chalé en Miravalles a donde se trasladó la familia. Siendo aún mancebo de la farmacia se asoció con Tomás del Hoyo y fundaron una empresa de gran raigambre en la comarca, Pinturas Torrelavega, que se llenaba de buenos clientes atraídos en parte por la simpatía y la forma de ser de Paco, que irradiaba alegría y aportaba bienestar a todos cuantos con él trataban, hasta su jubilación, que dedicó a sus hijas, a su mujer y a su nieto Dylan, un hombrón de 18 años, que fue otra pasión de su abuelo. También a la música y a la lectura -cuando falleció estaba leyendo el último libro de Pérez Reverte- y a tomar el aperitivo con su familia, al que nunca fallaba, tiempo que aprovechaba para departir con sus muchos amigos.
Fue un hombre impecable -doy fe- vital, le gustaba cuidarse, al que todos le echábamos 70 o 75 años ¡y tenía 86!. Siempre es pronto para perder a un padre o a una madre, ya lo saben bien sus hijas. Ahora está en la casa del Padre, al que tanto rezó en la capilla del Asilo y en la de Nuestra Señora de la Paz. Descansa en paz, Paco.
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Ana del Castillo
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