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Álvaro San Miguel
Domingo, 24 de enero 2016, 08:15
Un puñado de robles escuálidos se aferran a la vida en un pedregal, donde el fuego no puede tocarlos. Son los últimos árboles autóctonos que quedan en el monte Correpoco, en el corazón de Cabuérniga. Más allá de ese bosquete de robles que sobrevive entre ... las piedras solo quedan los restos de una antigua repoblación de pinos. El pinar ocupó en su día toda la superficie del monte, desde el pueblo de Correpoco hasta Serradores, pero ya solo quedan algunos árboles en las zonas más húmedas del monte, como la canal que comunica con Serradores. El viejo bosque tiene los días contados, lamentan algunos de los guardas forestales de la comarca. «Este monte arde todos los años y seguirá ardiendo mientras no cambien las cosas», afirma el Técnico Auxiliar del Medio Natural Fernando Moreno mientras pasea la vista por la ladera de solana, pelada y llena de parches pardos y negros: las huellas de los incendios. Para Fernando y el resto de guardas, las pendientes de estos montes son libros abiertos. Libros que hablan de la antigua cultura del fuego.
Han pasado dos semanas (cuando visitamos la zona) desde que los incendios forestales intencionados pusieron contra las cuerdas a la región y arrasaron 9.909,6 hectáreas de monte 407 más que en todo 2014. El monte todavía huele a quemado, pero antes de que la gente empiece a olvidar, algunos de los guardas de Cabuérniga la comarca más afectada en superficie y peligro, con Bárcena Mayor al borde de la evacuación, intentan arrojar algo de luz sobre un problema que viene de lejos.
«Lo que más nos preocupa no es esta última oleada de incendios. Lo grave es que esto se repite cada año y no se hace nada. Esta vez el fuego se ha visto desde las ciudades, y eso ha provocado una gran alarma social, pero el verdadero drama está en estas laderas», señala otro de los guardas de la zona, que prefiere no dar su nombre. «Ya ha empezado a llover y la gente empieza a olvidar. Todo lo que ahora está negro estará verde en abril, y aquí no ha pasado nada. Pero no se trata de que el monte esté verde, sino de que tenga bosques».
Un problema cultural
Los guardas no se andan con rodeos a la hora de buscar culpables: «Esto es un problema ganadero y la clave hay que buscarla en el aprovechamiento que se da al monte». Fernando Moreno pone el ejemplo de Soria, donde la cultura rural es muy distinta a la cántabra, como demuestran las estadísticas del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. En todo 2014 hubo en Cantabria 686 incendios que quemaron 9.492 hectáreas. En Soria hubo 78 incendios que destruyeron 53 hectáreas. Soria, por cierto, es el doble de grande que Cantabria. Pero tampoco hace falta irse hasta esta provincia castellana, porque en realidad no hay una sola comunidad autónoma, ni la gigantesca Andalucía, ni la Galicia de los incendios (con 1.237 fuegos declarados en 2014), que supere las hectáreas abrasadas en Cantabria hace dos años.
Los montes de esta región están modelados por el fuego y hay una cultura muy arraigada. Se puede ver en expresiones como fuego al pernal, que se refiere al punto donde más rápido se extienden las llamas, en las zonas de máxima pendiente de las laderas; o en dichos como lumbre por bajo, que significa que hay que pegar el cerillazo en la parte más baja del monte para que el fuego ascienda por la pendiente y se propague más rápido. Los propios guardas escuchan a veces algunas burlas en el bar, como los días de viento Sur, cuando alguno dice en alto: Qué buen día para hacer un quemao.
«La mayoría de los ganaderos no incendian, por supuesto matizan los guardas, pero los incendios tienen finalidad ganadera. Los que mantienen esta cultura son una minoría, pero también es cierto que el resto del mundo rural no hace lo suficiente para pararlo. Vete a Soria y quema un pinar a ver lo que pasa... Allí el pueblo no permite que se queme lo que es de todos, porque todos viven de ello», explica Fernando Moreno.
El pastoreo frente al bosque
En este momento, el principal aprovechamiento de los montes cántabros gira en torno al pastoreo. La explotación forestal es muy inferior: algo de madera, un poco de caza... pero más allá de los pastos, apenas existe rendimiento económico en el bosque, coinciden los guardas. «Para el ganadero, un monte lleno de escajos y de árboles en recuperación es improductivo. Los que queman no piensan en la salud de los suelos y de las aguas, en el aprovechamiento de la madera, en el turismo... Esto no es un asunto racional. Lo que pasa es que dar lumbre al monte es fácil y barato».
Liébana ofrece un buen contrapunto para entender el problema. Allí hay pocos incendios intencionados en comparación con el resto de la región. «Liébana sabe vivir del bosque, sobre todo gracias al turismo. Tienen alcornocales, encinares, hayedos, robledales... y tienen Picos de Europa. Viven del turismo, de la madera y del ganado. También tienen mejor organizado el monte, con los pastizales buenos arriba, y el resto dedicado al bosque».
Una de las soluciones
Ahí está una de las soluciones que proponen los agentes forestales: un ordenamiento del monte que permita convivir a los pastos y los bosques. Se trata de un equilibrio complicado, pero ellos aseguran que hay sitio para todo. «Debería haber tres zonas: el fondo de los valles y las tierras altas para la ganadería, y las zonas intermedias para el bosque y la fauna y flora salvaje». Ahora ya hay normas que organizan los usos de los montes públicos, pero los guardas aseguran que, en la práctica, la ganadería en Cantabria se organiza de manera «anárquica» y el aprovechamiento ganadero va comiéndose las zonas intermedias de bosque. «Es muy cómodo quemar una ladera cerca del pueblo para tener el pasto enfrente de casa, a la vista. Así no hay que subir el ganado a los pastizales de alta montaña», denuncia el guarda Fernando Moreno.
Cuesta creer que las empinadas y yermas laderas de montes como el de Correpoco sirvan para pastar. Moreno asegura que sí, «siempre que las quemes cada tres o cuatro años». Aún así, los propios ganaderos reconocen que el pasto es cada vez peor las yeguas antes bajaban gordas de la cuesta, suelen decir. «Pero claro, si permitieran que se formase bosque, todavía habría menos terreno para pastar». Llegará un momento en que haya zonas que ya no se puedan recuperar, peo a corto plazo habrá algo de hierba para que rumien las yeguas.
El largo plazo es otra historia. En una de las peñas del monte Correpoco anida una de las pocas parejas de halcones peregrinos de la comarca, que en cinco de los últimos quince años ha tenido que renunciar a la época de cría por culpa del fuego.
No lejos de allí, a los pies del monte Serradores, el arroyo Huzmeana discurre por un paraje devastado. La tierra de sus dos márgenes está calcinada y todavía huele a quemado. Allí el fuego llegó con tanta fuerza que consiguió saltar el río y no paró hasta la pista forestal. Las llamas devoraron a su paso robles, avellanos, acebos... Al verlo, Fernando Moreno se echa las manos a la cabeza: «Todavía no había estado aquí. Me lo habían contado los compañeros. Yo estuve muchos años de guarda en esta zona y se me cae el alma a los pies, porque esto era un vergel. Aquí hubo talas en los setenta y se estaba regenerando, pero esto va a suponer un retroceso de 30 años». Tres décadas que se perdieron en solo unas horas.
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