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nacho gonzález ucelaY
Domingo, 21 de agosto 2016, 18:29
Gestado y alumbrado sin ninguna fe en el objetivo, amortizar la inversión realizada para publicitar los Picos de Europa, y acunado por la crítica y la duda, comadronas de un parto con dolor, el teleférico de Fuente Dé ha crecido sin embargo como el mayor ... activo turístico del valle de Liébana, donde el domingo se celebró por todo lo alto el 50 cumpleaños de tan insigne instalación.
«Nadie pensó que fuera a ser rentable», reconocía en cada entrevista uno de los padres de la criatura. «Pero lo fue desde el primer día», se apresuraba a puntualizar remontándose a 1966.
Fue el año en el que el funicular dio su primer paseo por las nubes. Al tórrido calor de un 21 de agosto, y escoltado por treinta pasajeros, el futuro económico de la comarca iniciaba su ascensión a la cumbre llevando hasta la cima el prestigio de José Antonio Odriozola Calvo, arquitecto, montañero y visionario, porque no solo esbozó el teleférico sino que auguró a la zona un extraordinario porvenir turístico de consumarse el proyecto.
Convencido de que Liébana era la puerta natural de entrada a los Picos de Europa, Odriozola, que conocía la existencia de un cable instalado a principios del siglo XX para bajar a la localidad de Fuente Dé el mineral que se extraía de Lloreza, propuso a las autoridades que aprovecharan ese sistema para instalar un funicular que ayudara a los visitantes a salvar el desnivel entre ambos puntos (más de 750 metros) y les permitiera disfrutar de las incomparables vistas que se aprecian desde el Balcón del Cable. El arquitecto, igualmente, sugirió la posibilidad de construir en las proximidades un parador.
La gruesa historia del teleférico de Fuente Dé, que el Ayuntamiento de Camaleño enseñará próximamente a tra- vés de una muestra fotográfica, esconde algunos momentos que trascienden más allá de las cifras, momentos producidos en el interior de la cabina que sus ocupantes difícilmente podrán olvidar, para bien o para mal.
Diez años después de su inauguración, en febrero del año 1976, en el funicular se vivieron las horas más difíciles que se recuerdan. La rotura de una polea de la estación superior y, en consecuencia, el desprendimiento de hasta cinco de los ocho cables que sujetaban el teleférico, puso al remonte en una situación verdaderamente comprometida.
El operario que manejaba la cabina que ascendía regresó a la estación inferior a gran velocidad logrando poner al pasaje a salvo. Al contrario, y dado el peligro que entrañaba continuar la marcha, el trabajador que conducía la cabina que descendía decidió accionar el freno, quedando el habitáculo suspendido del aire a más de cien metros de altura.
La operación de rescate de sus cinco ocupantes, tres asturianos, un cántabro y el propio conductor, se prolongó por espacio de dos horas, tiempo que tardaron todos ellos en descolgarse introducidos en un saco especial.
Tan especial como aquel día en el que una pareja de albaceteños se dio el sí quiero en plena ascensión al mirador.
Sucedió el 22 de agosto de 2014. Con la colaboración de los empleados del teleférico, él, Javier, organizó una peculiar pedida de mano que ella, María, jamás hubiera podido imaginarse.
Incapaz de arrodillarse delante de otras veinte personas, el chico se las ingenió para subir al funicular a solas con su novia, a la que pidió matrimonio haciendo alarde de una imaginación a la altura del momento y con el conductor de la cabina como único testigo.
Parada técnica
Coordinador del servicio desde el año 2005, Antonio Marcano, que colaboró en esa petición y ha oído hablar de aquel suceso, asegura que, hoy, resultaría difícil que el funicular sufriera un percance de tal gravedad.
El teleférico, que cuenta con una plantilla fija de diez trabajadores que en los meses de verano se refuerza con otros diez más, dispone de un exhaustivo programa de mantenimiento que incluye una parada técnica de un mes (el de menor actividad turística) para revisarlo a conciencia.
Poco después, a finales de 1962, tras estudiar la viabilidad del proyecto y los informes preliminares enviados por el promotor de la iniciativa, la Diputación Provincial que entonces presidía Pedro Escalante daba luz verde a una iniciativa con la que pretendía contribuir al desarrollo de toda la comarca lebaniega y de la que iba a beneficiarse especialmente el concejo de Camaleño, que con el teleférico ya en marcha no tardó mucho en ladear su actividad ganadera para concentrarse de lleno en la turística.
La construcción
Sin recursos propios para poder ejecutar una obra de semejante calibre, en la que en realidad pocos creían, el jefe de la Diputación Provincial decidió contactar con José Calavera, un experto ingeniero melillense que meses antes había impartido en Santander un curso sobre estructuras de hormigón armado y que aceptó hacerse cargo de tan ambicioso proyecto asumiéndolo como un reto personal.
A la vuelta de dos años, en 1964, concluía un trabajo condicionado por las peculiaridades del entorno que, según confesaría el ingeniero, «requirió de singulares cuidados» pero que se terminó tal y como estaba proyectado.
En plena armonía con el paisaje, el equipo supervisado por Calavera había construido dos estaciones una inferior, ubicada en la localidad de Fuente Dé, a 1.070,25 metros de altitud, y otra superior, situada ésta en el Balcón del Cable, a 1.823,75 metros de altitud unidas por un vano de 1.419 metros de cable por los que se deslizaría un teleférico bicable con capacidad para ocho personas.
Sometido con el paso de los años a diversas obras de remodelación que, entre otras cosas, permitieron incrementar el número de viajeros (de ocho a quince en 1974 y de quince a veintiocho en 1986), el teleférico, que actualmente tiene capacidad para trasladar a veinte personas, entró definitivamente en servicio el 21 de agosto de 1966 aunque no fue inaugurado hasta el 12 de septiembre de ese año en el transcurso de un acto multitudinario presidido por el entonces jefe del Estado, Francisco Franco, que acudió acompañado por el mayor de sus nietos y el ministro de Marina, el almirante Nieto Antúnez.
50 años después de aquello, el teleférico de Fuente Dé no solo no ha supuesto «la ruina» que vaticinó el sector más crítico con el proyecto sino que es, sin ninguna duda, el gran motor económico de la zona y uno de los cuatro buques insignia de la flota turística de Cantabria junto con el Parque de Cabárceno, la Estación Invernal de Alto Campoo y las Cuevas de El Soplao.
Así lo demuestran sus números, que a lo largo de la última década han venido confirmando la extraordinaria salud de un servicio al que su infraestructura actual no permite crecer más.
Los resultados
Según los datos que maneja el Gobierno regional, entre 2006 y 2015 subieron o bajaron en el teleférico un total de 2.369.643 personas, lo que aproxima el promedio anual a los 237.000 usuarios.
La inmensa mayoría de ellos lo hizo durante los meses de verano. Con las cabinas al límite de su capacidad y larguísimas colas de espera algunas de más de cuatro horas, el remonte efectuó una media de 40.000 viajes en los meses de julio y de casi 60.000 en los de agosto, recogiendo sus mejores registros en las vacaciones estivales de 2006. Ese año, llegaron a venderse hasta 52.613 tickets en julio y 73.664 en un agosto pletórico.
Por supuesto, detrás de esas cifras se asoman unos beneficios económicos cuantificables directa pero no indirectamente.
El mes pasado, sin ir más lejos, el remonte vendió 45.422 billetes, la cifra más alta desde el año 2007, cuando llegaron a despacarse 47.293. Considerando que el precio medio de un viaje asciende a los 7,5 euros el ticket de adultos vale 11 y el de niños cuesta 4 el funicular facturó del orden de los 340.000 euros. El dato, solo estimativo, es un ejemplo del potencial de una atracción de la que, también, obtienen rédito los numerosos negocios hosteleros que con el paso de los años han ido surgiendo alrededor del teleférico, no solo en el municipio de Camaleño, donde se erige semejante joya, sino en el resto de localidades de una comarca, Liébana, que cada año recibe 600.000 visitantes.
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