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Álvaro San Miguel
Domingo, 6 de noviembre 2016, 08:11
La carretera del Desfiladero de la Hermida fue diseñada hace millones de años, cuando el río Deva comenzó a horadar las estribaciones del macizo de Ándara, el tercio más cántabro de los Picos de Europa. Bastante más reciente es el asfalto que discurre junto al Deva y que bajo la etiqueta N-621 se ha convertido en una de las Diez carreteras más espectaculares del mundo para los probadores de SEAT.
La carretera que asciende al paraíso de los montañeros es una experiencia todas y cada una de las veces que se conduce. Entrar en ella requiere poner todos los sentidos bien alerta. La belleza del Desfiladero, con sus paredes vertiginosas y las fugaces apariciones del Deva, es una distracción permanente que obliga a concentrarse en el camino, siempre girando a izquierda y derecha para mantener al conductor cosido a los caprichos del río.
En sus más de 20 kilómetros de giros ininterrumpidos se asientan un puñado de pueblos que mantienen viva la identidad propia del Desfiladero de la Hermida, diferente a la de Liébana. De norte a sur (o de abajo hacia arriba), el conductor se encuentra con los asturianos Puentelles, Estragüeña y Rumenes, y los cántabros Urdón, La Hermida y Lebeña.
La carretera del Desfiladero ofrece algunas estampas difíciles de ver en cualquier otra carretera nacional de España, como esos puntos en los que un saliente de roca invade la carretera y los autobuses tienen que meterse en el carril contrario para salvar el paso. O los enormes pedruscos que caen de vez en cuando sobre la carretera ahora casi todo el camino está protegido por grandes mallas metálicas cuando las cabras que buscan pasto en las escarpadas laderas provocan algún desprendimiento.
La famosa carretera del Desfiladero sigue camino hasta Potes, capital de Liébana, y permite desviarse hacia Fuente Dé (puerta de entrada al macizo central de Picos) o seguir por la N-621 hacia el puerto de San Glorio, camino de la Meseta. Pero el conductor atento podrá contemplar antes los pequeños tesoros de la senda del Deva, como el pintoresco desvío de ascenso a Tresviso en Urdón o las lágrimas de don Pelayo (cuenta la leyenda que cuando los moros invadieron la zona, el rey lloró y sus lágrimas rodaron hasta convertirse en tres grandes rocas que aplastaron a los invasores y que ahora descansan imponentes en el lecho del Deva). A mitad de camino está La Hermida (Peñarrubia), con La Casuca casi encima de la carretera.
Lejos y a mucha altura quedan los dos grandes balcones sobre el Desfiladero: el mirador de Santa Catalina y la cima del cueto Agero, desde donde se aprecia con todo detalle el eterno trabajo del Deva.
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