Postautonomía
Juan Luis Fernández
Lunes, 6 de febrero 2017, 07:16
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Juan Luis Fernández
Lunes, 6 de febrero 2017, 07:16
La Cantabria oficial celebró los 35 años de autonomía; la real apenas se ha enterado de la efeméride. Es momento de repaso, pues también ... se han cumplido 15 años desde que estrenamos el euro (es decir, la pérdida de la autonomía española). Hemos de poner las luces largas y examinar el decurso de la región en este siglo. No es lugar este para análisis enciclopédicos, así que nos limitaremos a algunas observaciones sobre dos materias fundamentales: el mercado de trabajo, cómo se ganan el pan los cántabros; y las finanzas públicas, cómo los políticos emplean las rebanadas de pan que le retiran del plato al cántabro para que coma el bien común. Hoy tocan los currantes. En comparación con la fecha en que asumimos el euro, Cantabria tiene hoy en su mundo laboral 32.600 ocupados más. Pero este crecimiento ha sido muy singular: 16.900 empleados más en el sector público de la economía, y solo 15.700 más en el sector privado. Esto es muy notable porque supone un crecimiento de un 57% público frente a un 9% privado. El modelo España es muy diferente: creció también el empleo público más que el privado, pero solo un 16% contra un 12%.
Si a esto unimos nuestra, por razones demográficas, cifra creciente de pensionistas, y por otro lado todo el empleo que, aun privado, depende directamente del presupuesto público (conciertos educativos, sanitarios, sociales; encomiendas de servicios como residuos, mantenimientos y demás), la proporción real de trabajadores que podemos considerar como sector público es incluso mayor.
Y esto significa que la financiación autonómica y las pensiones, junto con las azarosas estrategias de gasto de la Administración central y de los 102 municipios, se han convertido en el verdadero núcleo de la economía cántabra, sin que haya una producción privada que pueda hacer sostenible la financiación de todo eso. Es mamá España quien con sus transferencias solidarias amamanta este sistema: pero esto al mismo tiempo implica que nuestra autonomía cada vez es más ficticia, mera formalidad jurídica y dramatización folclórica para guardar las apariencias de una profunda dependencia real, económica. Absoluta.
La Cantabria desarrollista de obreros, ganaderos y comerciantes se ha ido convirtiendo en la Cantabria postmoderna de funcionarios, concertados y jubilados. Si antes había 7 empleados privados por cada empleado público, ahora solo hay 4. Sería precisa una enorme productividad tecnológica de estos cuatro para poder dar sostenibilidad a la estructura. No parece el caso.
El porvenir de estas fuentes de ingreso es un nublado. Las pensiones van a perder comba sistemáticamente respecto del IPC. Y el aumento incontrolado de la masa salarial pública es inviable. Hay un big crunch en formación ahí.
En vez de vender leche, tornillos y zapatos, los cántabros ahora venden su voto a los políticos que les prometan décimos premiados de la lotería presupuestaria. Es una exageración, sí, pero la tendencia no lo es. La Cantabria del euro es una Cantabria crecientemente pública. ¿Era eso lo que se pretendía? ¿Éramos productivamente autónomos en la Cantabria preautonómica, y hemos pasado a ser dependientes en la Cantabria autonómica? Los que amamos a Tocqueville sabemos que el motor de la historia no es la lucha de clases, sino la paradoja. Hemos pasado de la preautonomía a la postautonomía. De producir a pillar, como filosofía social. Quizá se pueda corregir, ¿cómo lo ve usted?
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Ana del Castillo
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