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Olga Agüero
Viernes, 17 de febrero 2017, 07:34
Dicen que donde todos piensan igual, nadie piensa mucho. O simplemente no se atreven a desafiar la sobrevalorada unidad de los congresos a la búlgara. ... Escenarios fraternos que alivian sus discrepancias internas en las alcantarillas del trampantojo. En Cantabria, alguien ha tenido el valor de abrir la escotilla. La polémica proclamación de Buruaga como alternativa para el Partido Popular que dirige desde hace trece años desafía la metafísica aristotélica. La aspirante pretende ser una cosa (parte del problema) y la contraria (la solución). Las cosas de géneros diferentes no pueden coexistir en el mismo sujeto. Excepto en ella, que puede ser número dos del partido y vicepresidenta del gobierno, y ahora abanderar "un proyecto renovado". El síndrome Pedro Sánchez, que se reencarnó en una versión más zurda de sí mismo. Aunque el mártir de este complot es Ignacio Diego. La aspirante plantea recuperar el poder espoleada por escuderos, como Movellán o Calderón, con ansias de bastón de mando municipal. Los mismos que destruyeron los puentes de diálogo vienen ahora a reconstruirlos. Tras ridiculizar al regionalismo y a Revilla, tras entronizarle como adversario político directo, ahora quieren abrazar el lábaro. Un viraje desconcertante. Máxime cuando Revilla ventajas de su eclecticismo político incómodo con los socialistas, celebra la vía Buruaga porque percibe su disposición a hacerle presidente. En vez de una transición pacífica con despedida digna para el único líder con mayoría absoluta, la número dos ha dado un golpe interno contra su propia directiva. Confrontación, que lleva tiempo envenenando el partido, más propia del psicoanálisis. Por las connotaciones freudianas de ese deseo de matar al padre que parece alimentar Buruaga. Catarsis inexplicable a menos que el padrino del bautizo sea el ministro, encendido entusiasta de formas tan ásperas.
Según los rebeldes, Génova bendice que la alternativa se haya convertido en aparato, y el aparato el todavía presidente Diego sea ahora la alternativa. Farol o golpe de mano, la solución Buruaga supone entregar el control del partido a De la Serna. Por eso hay tanta resistencia al relevo. Se empieza matando al padre, pero nadie sabe cómo termina este rito purificador.
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