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joseba vázquez
Martes, 21 de febrero 2017, 07:16
En un mundo que ha registrado el último medio siglo un incremento de 20 centímetros en el nivel medio de sus océanos, no todos ... los mares crecen. Algunos merman a ritmo acelerado y otros se destacaron tanto en ese proceso que prácticamente han desaparecido. La muestra paradigmática de esta última situación es el Mar de Aral, reducido a unos cuantos charcos dispersos en Asia Central gracias, cómo no, a la voraz acción del hombre, que optó en los años sesenta por destinar más del 70% del caudal de los ríos Amu Daria y Sir Daria al regadío de inmensas plantaciones de algodón. Para evitar que acabe sucediendo lo mismo miles de kilómetros al sudoeste, las autoridades de Jordania, Israel y Palestina firmaron en diciembre de 2013 un memorando de entendimiento para abastecer de agua potable y riego a su desértica región y, de paso, tratar de salvar el amenazado Mar Muerto.
Ese paisaje apocalíptico de buques de pesca herrumbrosos y conserveros ajados y varados por los años de los años en un arenal ocre tendría su atractivo si se tratara solo de imágenes captadas para una exposición de estética fantasmal o una de esas producciones del cine de catástrofes. Pero no es ficción. Las espectrales escenas son reales y fueron provocadas por el error histórico de las autoridades de la extinta Unión Soviética que, al principio de los sesenta, decidieron desviar el curso de los dos grandes ríos que alimentaban el Mar de Aral para regar algodón. ¿Resultado? Mucho oro blanco de la estepa en Asia Central a costa de desecar en poco más de tres décadas el que fuera cuarto lago más grande del mundo y enterrar una industria pesquera y conservera que empleaba a 60.000 trabajadores de la kazaja Aralsk y la uzbeka Muynak, ciudades costeras que acabaron también varadas a decenas de kilómetros de las exiguas aguas. Antes, el Mar de Aral abastecía con 50.000 toneladas anuales de pescado a toda la URSS. Ahora, su superficie se ha reducido a la décima parte de los 67.000 kilómetros cuadrados que ocupaba. Además, los pesticidas y fertilizantes químicos agrícolas empleados generalizaron entre la población enfermedades pulmonares, cánceres y malformaciones. Hubo una migración masiva. Aún hoy, las corrientes mueven arena y aire tóxicos en este valle seco y hostil.
Kazajistán ha logrado paliar un tanto el problema con la construcción en 2005 del dique Kokaral, que está recuperando el Mar de Aral Norte, donde ya se pescan mil toneladas al año. Peor lo tiene otra exrepública soviética, Uzbekistán, con el Aral Sur, más extenso. "Estamos tomando grandes medidas, pero los científicos dicen que es imposible salvar el mar en su totalidad", explican los representantes del país. "En 2015 pusimos en marcha un programa a cinco años para la mejora de la gestión de los recursos hídricos, la conservación de la fauna y la forestación que impida la desertización. Y estamos invirtiendo mucho dinero en preservar la salud de la población en las zonas de riesgo ambiental", detallan.
¿Cómo piensan hacerlo? Canalizando bajo tierra agua desde el Golfo de Aqaba, el delgado dedo nororiental del Mar Rojo, hasta ese piélago interior donde se flota sin esfuerzo debido a su elevado índice de salinidad, en torno al 30%, diez veces más de lo normal. El Mar Muerto se muere, podría decirse en un elemental juego de palabras, por tres factores principales: el más dañino, el desvío de la mayor parte del cauce del río Jordán, su mayor sustento, para uso humano y agrícola, especialmente por parte de Israel; en segundo lugar, la sobreexplotación de minerales con destino industrial; y, para rematar, las elevadas temperaturas de una región que soporta valores máximos por encima de los 40 grados de abril a octubre. Así, uno de los lugares emblemáticos del planeta lleva décadas perdiendo en torno al metro anual de profundidad y los expertos calculan que se habrá secado por completo para el año 2050. Si nadie lo remedia. El fenómeno tiene una fea incidencia en el ecosistema y en el turismo: los balnearios de la costa languidecen lejos de unas orillas que se van alejando de sus pies. De hecho, el punto en superficie más profundo de la Tierra va revisando su altitud cada año y se encuentra ya a casi 440 metros bajo el nivel del mar.
El proyecto aprobado por los tres gobiernos no alcanzará dimensiones bíblicas, pero remite inevitablemente al episodio narrado en el libro del Éxodo en el que Moisés rescata al pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto y lo conduce a la tierra prometida abriendo las aguas del Mar Rojo. 3.400 años más tarde, el mismo piélago podría convertirse de nuevo en salvador. El plan prevé, en primer lugar, la construcción de una estación de bombeo en Aqaba capaz de sustraer del Mar Rojo unos 700 millones de metros cúbicos al año y una planta desalinizadora que, a través de una red de tuberías, aporte para empezar algo más de 100 millones de metros cúbicos de agua potable y de regadío a los tres países. La idea es que ese aporte se incremente en posteriores fases. La necesidad es especialmente acuciante en el caso de Palestina, muy dependiente también en esta cuestión, y Jordania, uno de los países más pobres del planeta en recursos hídricos y que acoge ya a más de millón y medio de refugiados sirios para una población de ocho millones de habitantes. Los restos de la desalinización, la salmuera, se transportará al Mar Muerto a través de un acueducto subterráneo de metro y medio de diámetro y 180 kilómetros de longitud. Toda la infraestructura quedará instalada en Jordania, incluidas las estaciones hidroeléctricas que también se pretenden montar para crear energía aprovechando la caída de desnivel existente desde uno a otro mar.
Fenómeno inverso
Fenómeno inverso. El litoral del sur valenciano, zonas de la costa catalana y del occidente andaluz, junto a Doñana, o la playa de Santa Cristina en la ría coruñesa de OBurgo son algunas de las riberas españolas que ceden terreno al mar. En algunos casos, de forma muy preocupante. La orilla de Barcelona pierde 1,3 metros de anchura de media anual. En Valencia, amenazando ya a la Albufera, se calcula que la regresión ha alcanzado los 50 metros en las tres últimas décadas... Y el único responsable no es el calentamiento global; ni tan siquiera el principal. Como sucede en el Mar Muerto y el Mar de Aral, se han desviado los cauces de algunos ríos para riego agrícola, lo que merma los sedimentos que acaban en las playas. También han desaparecido bancos de dunas por el urbanismo.
En el caso levantino incide, además, "el efecto barrera del puerto de Valencia, que impide que las corrientes de arenas se desplacen del norte al sur", según José Serra, catedrático de Puertos y Costas de la Universidad Politécnica de Valencia. "Encima, con los temporales de enero hay construcciones de primera línea casi derruidas y paseos marítimos que se han venido abajo. Son consecuencias que no entendemos porque si el turismo es una industria importante para nuestro país, debe cuidarse la materia prima, que son las playas", añade Serra. ¿Y las soluciones? "Hay que aportar arena. Tenemos aquí un gran banco, pero está bastante profundo y alejado de la costa", apunta el catedrático. Es decir, hace falta una gran inversión.
El presupuesto de esta primera fase de la obra se calcula en torno a los 1.050 millones de euros y el presente año se antoja crucial para su puesta en marcha. Cinco consorcios han sido seleccionados para la presentación de ofertas definitivas antes del próximo 30 de junio. El 1 de septiembre se anunciará la empresa adjudicataria, en mayo de 2018 deberían iniciarse los trabajos y tres años más tarde tendrían que estar concluidos, según la memoria presentada hace dos meses por el Ministerio de Agua y Riego de Jordania en la conferencia de donantes.
Los inconvenientes
Todo esto será más o menos así si el plan cobra vida. Entre los numerosos inconvenientes existe un peligro medioambiental que los gobiernos promotores han de resolver: el agua del Mar Rojo debería ser desalinizada antes de caer al Muerto para evitar una mezcla perniciosa en un ecosistema único. La composición química de ambos cuerpos es diferente y se corre el riesgo de crear una costa de yeso flotante. Por otro lado, tenemos el enquistado conflicto palestino-israelí, un asunto con múltiples aristas sociopolíticas. "No debería ser impedimento. Entre nosotros y los palestinos hay más acuerdos de lo que parece y que afectan a la vida cotidiana de las poblaciones en cuanto a suministros, abastecimientos, aduanas...", relatan fuentes autorizadas de la Embaja de Israel en España.
No lo ve tan claro Marwan Burini, consejero de la Misión Diplomática de Palestina en Madrid. "De momento, hemos dado un paso atrás en este plan porque no garantiza nuestros derechos acuíferos. No es una decisión definitiva, pero primero debemos resolver los problemas gordos y luego los macroproyectos", declara Burini a este periódico. El funcionario recuerda que "los palestinos ni siquiera tenemos acceso al Mar Muerto", porque toda su costa en Cisjordania es parte de los territorios ocupados por Israel. "Para nosotros ese plan sería bueno si tuviéramos soberanía sobre la zona", concluye.
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Ana del Castillo
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