Primavera rota
Algún ingenuo, desafiando a Neruda, ha intentado detener la primavera arrancando las flores plantadas en memoria de Amparo, en el segundo aniversario de su muerte
Olga Agüero
Viernes, 24 de febrero 2017, 07:41
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Olga Agüero
Viernes, 24 de febrero 2017, 07:41
Falta poco para que broten las margaritas y algún ingenuo, desafiando a Neruda, ha intentado detener la primavera arrancando las flores plantadas en memoria de ... Amparo, en el segundo aniversario de su muerte. Metáforas de rebeldía que, con obstinada efervescencia, volverán a germinar la próxima estación. Florecerán en el hueco de la ausencia de quien, sin pretenderlo, bautizó con su nombre la resistencia al poder cuando se negó a abandonar en silencio su casa, su patio y su limonero, para hacer un vial que nadie reclamaba. Desde la otra cara de la ciudad, la vaguada de Las Llamas, sacudió con su apabullante determinación a esa otra geografía ensimismada en el reflejo de la bahía. Después, se empezó a escuchar el ruido en otros barrios.
Amparo rechazó una expropiación cuyo injusto justiprecio ni siquiera le alcanzaba para comprar otra casa. Tenía 86 años y no tembló, a pesar de soportar una campaña de presión y descrédito de un calibre desproporcionado contra alguien tan vulnerable.
"Si derriban mi casa clamó Benedetti yo no sabré donde guarecerme porque todas las puertas dan afuera del mundo". Le arrebataban más que una casa. Le quitaban su hogar. Un lugar sin llaves, donde nunca hace frío. Derribaron su casa mientras agonizaba en el hospital. Se hicieron cenizas a la vez. Ella y su hogar, alma y hormigón, en una pavorosa alegoría. Quedó al desnudo ese urbanismo deshumanizado que se utiliza contra las personas.
Ahora habita un lugar donde el urbanismo no tiene autoridad, pero al parecer también ahí molesta. Primero derribaron su casa y su limonero, y ahora arrancan las margaritas en su memoria. Construyeron una carretera a ninguna parte sobre las cenizas de los sueños rotos de Amparo. Una calle que siempre será una cicatriz de dolorosa memoria para esta ciudad. Alameda de lágrimas a la que no se atrevieron a poner nombre oficial, porque siempre será el vial de Amparo Pérez. Hasta el asfalto, cada vez que cruje bajo los neumáticos, susurra su nombre. Es la primavera rota que sigue brotando. El rumor de un ejército de margaritas chocando contra el cielo de hormigón.
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