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guillermo elejabeitia
Viernes, 24 de febrero 2017, 07:40
El desfile más comentado de la semana de la moda de Madrid, que acaba de terminar, no tuvo lugar en el recinto ferial de Ifema. Palomo Spain, penúltimo enfant terrible del diseño patrio, convirtió las estancias del exclusivo Club Matador en un decadente burdel poblado ... de efebos a los que vistió con una colección barroca, excesiva y ambigua. Una performance a la que asistieron desde Pedro Almodóvar a Carmen Lomana, con la que Alejandro Gómez Palomo quería evocar "el deseo, la pureza y el éxtasis". Y lo consiguió. Al margen de lo espectacular de sus propuestas, que han cosechado elogios en Nueva York, este cordobés de 24 años ha conseguido epatar con presentaciones atípicas en localizaciones con carácter, como el Museo Lázaro Galdeano. "Eso hace que la experiencia sea más sensorial, lleva al espectador a un universo creado para la colección y la introduce en un contexto", explica a este periódico Palomo poco después de conocer su nominación al prestigioso premio LVMH a talentos emergentes. Desfilar a lo largo de treinta metros de corredor rodeado de gradas en un pabellón de congresos no parece una opción para esta marca, que ha insistido en mostrar sus propuestas en un espacio diferenciado. La jugada ha resultado maestra, aunque no es nueva.
¿Estamos ante el ocaso de la pasarela tradicional como herramienta para presentar la moda? Para Andrés Aberasturi, director de la agencia Pelonio, una de las más influyentes de la escena nacional, el desfile al uso no va a desaparecer, pero debe aprender a convivir con otras propuestas. "Las semanas de la moda de las principales capitales del mundo combinan una sede central, que puede ser útil y necesaria, con montajes fuera de ella más acordes con la estética de cada diseñador", explica. Aunque en España "sigue siendo una rareza", apostar por nuevos formatos y colonizar otros espacios de la ciudad es "un paso inevitable, sano y que va a crecer en el futuro". En ese sentido, considera esta edición de la Mercedes Benz Fashion Week Madrid como un cambio "significativo" en la dirección correcta.
Después de 31 años al mando de la antigua Pasarela Cibeles, Cuca Solana pasaba el testigo a Charo Izquierdo hace solo tres meses. La nueva directora, con una larga trayectoria en el ámbito de la comunicación, llamó a los diseñadores a "salir de su zona de confort". "Y creo que lo han hecho, hemos visto buenas colecciones y montajes muy especiales", asegura. Es cierto que algunos creadores se han esforzado para desencorsetar el desfile clásico que sigue imperando en Cibeles y crear una atmósfera que realzara su colección María Ke Fisherman y su recreación de una discoteca bakala, por ejemplo, pero todavía son pocos los que se atreven a abandonar el paraguas de IFEMA. El recinto ferial "les provee de un espacio, la infraestructura y las modelos, algo que en otras semanas de la moda corre por cuenta de la marca", recuerda Izquierdo.
Las razones económicas pesan, pero también hay algo de inercia en un sector que, a pesar de vivir de la novedad, en muchos aspectos sigue rigiéndose por un patrón "de otra época". La dictadura de dos colecciones por año, primavera-verano y otoño-invierno, se resquebraja. "Porque no tiene ninguna lógica comercial", admite Aberasturi. El consumidor de hoy no está dispuesto a esperar seis meses desde que ve el prototipo en la pasarela hasta que puede adquirir la prenda en la tienda. Ese largo impás responsable de que veamos la ropa de invierno en verano y la de verano en invierno es una herencia de los modistos clásicos, que disponían así de un tiempo para evaluar la reacción del público y depurar la confección del producto.
Lo veo, lo quiero
Hoy la consigna que rige el mercado es "lo veo, lo quiero", y aunque grandes firmas como Burberry o Tom Ford se han acostumbrado a ofrecer en internet su muestrario inmediatamente después de mostrarlo en la pasarela, la pionera fue la española María Escoté. Entre los participantes en la Fashion Week madrileña, Modesto Lomba o Moisés Nieto han seguido su ejemplo, y para muchas pequeñas marcas ha dejado de ser una opción. "En cinco años se habrá generalizado", profetiza el director de Pelonio.
La competencia feroz de los grandes grupos del textil low cost no deja otra salida. Tienen tal capacidad para reaccionar a las tendencias, que si el creador se demora en la producción, puede ver antes su diseño en los escaparates de Zara o H&M.
Por otra parte, el calendario de la moda que dicta París tampoco está pensado para una audiencia global. En los mercados más suculentos Rusia y China a la cabeza el clima es diferente al de Europa occidental y el calentamiento del planeta ha difuminado los límites entre las estaciones. Cada vez son más comunes las colecciones de entretiempo, llamadas Pre-Fall y Crucero, que, al presentarse fuera de temporada, no llegan a mostrarse en las semanas de la moda.
"Sus presentaciones suelen ser más modestas pero resultan muy eficaces para llegar al consumidor, si se saben aprovechar las posibilidades para viralizar las imágenes en la red", explica Mikel Serna Bermejo, director creativo del Basque Fashion Hub. Ese modelo es el que siguen las marcas que no pueden, o no quieren, ajustarse a los criterios de temporalidad y género que dicta la pasarela.
Las que lo hacen se aseguran la atención mediática durante unos días, pero puede que al precio de frivolizar su trabajo. Mientras dura la Fashion Week, decenas de periodistas dan cuenta de lo que pasa entre los muros de IFEMA; el peligro es que a veces se presta más atención al front row que a las prendas. Mientras la prensa generalista española habla de Victoria Abril en el desfile de Andrés Sardá o de Mariló Montero, las cabeceras de referencia internacional han tendido a ignorar la pasarela madrileña. "La inercia de los años en los que apenas cambiaba la oferta hizo que perdieran interés", apunta Aberasturi. La directora de MBFWM confía en que "en la medida en que las colecciones tengan más calidad y aporten contenido informativo, los medios especializados se harán eco de los desfiles".
La diseñadora Paty Abrahammsson, premiada la pasada temporada por una presentación que integraba modelos y hologramas, llama a "usar la creatividad no solo para idear la ropa sino también para ofrecer una presentación que cree atmósfera y transmita una imagen potente al público". Como el capricho rococó que ha catapultado a Palomo.
Modelos desfallecidas y hologramas
En su afán por marcar distancias con el establishment del mundo de la moda, Kayne West ha optado por presentar sus colecciones para Adidas en lugares poco habituales. Hace dos temporadas eligió el Madison Square Garden y el verano pasado llevó la presentación a Roosevelt Island, en Nueva York, aunque mantuvo el emplazamiento en secreto hasta el último momento. Las modelos, obligadas a permanecer quietas bajo un sol abrasador, comenzaron a caer desfallecidas. Le llovieron las críticas del sector y la prensa especializada, pero el momento se hizo viral y medio mundo vio su colección. Este año el rapero se ha esforzado por tener contenta a la profesión, pero sin renunciar a marcar la diferencia. La presentación de su Yeezy Season 5 de hace unos días mezclaba las modelos reales con hologramas. El marido de Kim Kardashian ha vuelto a causar sensación pero no ha inventado nada. La temporada pasada la española Paty Abrahamsson hizo algo parecido "pero con mucho menos dinero" que le valió el premio Samsung Innovation Proyect de la plataforma para jovenes creadores EGO de Cibeles.
El escaparate más visto del mundo
La interminable temporada de premios cinematográficos, que coronará este domingo la entrega de los Oscar, se ha convertido en un codiciado escaparate para las casas de moda. Conseguir que una estrella de Hollywood o más bien su estilista elija un vestido tuyo para ir a la gran fiesta del cine puede catapultar a una marca modesta o recuperar la imagen de una firma clásica ante el gran público. Pero aunque son una oportunidad inmejorable para mostrar nuevas tendencias, hace tiempo que las alfombras rojas adolecen de cierto conservadurismo. Conscientes de que al día siguiente serán juzgadas en las temidas listas de las mejor y peor vestidas, las actrices arriesgan menos y se preocupan más por estar guapas. Eso les resta influencia a ojos de los especialistas, aunque resulta muy útil para vender perfumes y gafas de sol.
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