Secciones
Servicios
Destacamos
Javier Menéndez Llamazares
Sábado, 4 de marzo 2017, 08:57
Hoy día, las visitas a la cueva de Altamira más que un viaje al pasado parecen una odisea espacial, al menos si hemos de juzgarlas por las extrañas máquinas de recogida de muestras y el vestuario de astronauta con que los científicos y los contados ... visitantes se adentran en la cavidad. Nada que ver con lo que sucedía hace apenas medio siglo, cuando los más de ciento cincuenta mil visitantes que cada año pululaban por la gruta fumaban, devoraban la merienda y hasta se tumbaban plácidamente en colchonetas en la sala de polícromos para contemplar como se merecía lo que con mucha reverencia llamaban la capilla sixtina del arte rupestre; eso cuando no les daba por organizar cursos y conferencias al lado mismo de las piezas originales.
En este cambio radical tuvo mucho que ver Francisco Santamatilde, el primero en demostrar fehacientemente el deterioro de las pinturas. Un aviso que no sería atendido en primera instancia, y que requeriría de una inmensa tenacidad por su parte hasta lograr la intervención de las autoridades.
Santamatilde, fotógrafo autodidacta, era en realidad un marinero en tierra que había dedicado a las cuevas de Altamira casi una década de trabajo, desde que la Fundación Juan March le concediese la primera beca que ofrecían en el campo de la fotografía. Y sus instantáneas se usaron, entre otras cosas, para las emblemáticas postales que comercializaba el editor Heraclio Fournier.
Sería precisamente al observar una de ellas cuando el fotógrafo reparó en que los colores de la cierva y los bisonte parecían más apagados. Tras cotejar en su estudio originales y negativos, pudo comprobar que no se trataba de un error de imprenta, sino de un deterioro evidente de las pinturas. Ya antes se habían advertido los riesgos de la masificación entre otros, por parte de Miguel Angel García Guinea, director del Museo de Prehistoria, pero Santamatilde fue el primero que pudo demostrar con pruebas irrefutables que los restos prehistóricos estaban sufriendo serios estragos.
Por delante tenía un arduo camino; en Cantabria nadie pareció prestar atención a su denuncia, así que partió hacia Madrid, donde logra entrevistarse con varios responsables culturales del régimen, aunque sin resultados satisfactorios. Quien sí le prestará atención será Eugenio Suárez, editor de Sábado gráfico, una revista independiente de tirada y amplia difusión en todo el país. El 14 de octubre de 1975 se publicará un artículo titulado Altamira, una reliquia universal que se pierde, lo que abrió el debate a escala nacional.
Aunque con la preceptiva lentitud burocrática, la maquinaria del estado se pondría en marcha para preservar Altamira. Tras un cierre preventivo en 1976, un año más tarde se clausuraría hasta 1982, cuando decidiera reabrirlas, pero con acceso restringido el recién creado Ministerio de Cultura. Entremedias, la denuncia de Santamatilde había desencadenado una enorme polémica entre conservacionistas y pragmáticos, pues los beneficios económicos que generaba el turismo resultaban desorbitados. Tanto, que el alcalde de Santillana, Javier Rosino, convocó una manifestación, al término de la cual se encadenó a la verja de la cueva. Aunque no serviría de nada: el ministerio asumió la gestión de Altamira. El debate, sin embargo, aún continúa abierto en la actualidad. A pesar de su importante papel en los acontecimientos, el nombre de Francisco Santamatilde tardaría varios años en salir a la luz. Alejado de todo protagonismo, sería un periódico alemán quien desvelara su intervención, en 1980. Y es que Santamatilde era un creador embebido en sus proyectos artísticos, ajeno a los vaivenes políticos, y siempre arropado por sus grandes amigos: Victor Merino, Leandro Valle y José María García Cárabe
Nacido en Santander en 1926 se crió en la calle Santa Lucía y estudió en los Escolapios, cursó la carrera de maquinista naval e industrial metalúrgico, y con dieciocho años se embarcó en Barcelona en el transoceánico Cabo de Hornos. Sin embargo, en 1950 decidió que la marina mercante no era su verdadera vocación, y harto de la comida en lata dejó la mar y regresó a Santander, donde su amistad con los poetas del grupo Proel, y especialmente con el escritor, editor y galerista Manuel Arce casado con su hermana Teresa avivarían sus inquietudes artísticas: «me decidí por la fotografía artística por su relación con la pintura», declararía tras su primera exposición individual, en la galería Sur, en 1961. A partir de entonces, y con el aval de la beca Juan March, emprendería una fructífera carrera en el diseño gráfico y la edición, galardonada con el premio al Libro mejor editado en 1966 del Instituto del Libro español, gracias a libros monumentales como Santillana o Santander.
Aunque su gran preocupación fue siempre el patrimonio; a principios de los setenta se había implicado personalmente en la preservación de Cabo Menor, amenazado por la especulación inmobiliaria. Sus publicaciones y su activismo irreductible contribuyeron a preservar ese espacio a salvo de los constructores, que ya tenían en marcha un proyecto urbanístico.
Como fotógrafo, Santamatilde tenía predilección por los formatos medios, que trabajaba con precisión de artesano con su Mamiya C33, su Konica o su Zenza-Bronica. En su estudio calle Menéndez Pelayo tenía un laboratorio donde daba a esa impronta tan personal a sus imágenes.
Ante su cámara pasaron Gerardo Diego, Pancho Cossío, Gemma Cuervo, Regino Sáinz de la Maza o Mary Carrillo, siempre en un blanco y negro que aún parece trasladarnos parte de su personalidad.
Su hija, la también fotógrafa Ana Santamatilde, preparó la exposición Rostros para siempre, que tuvo lugar en 2015 en el CDIS de Santander. Si hemos de aplicar el mismo concepto psicologicista a sus autorretratos, nos encontramos con una mirada intensa que denota determinación y concentración.
El bigote cuidadosamente recortado, las ondas del cabello domadas pero marcadas habla de su atención por los detalles y una preocupación estética. Las marcas de expresión que surcan su frente delatan un fuerte carácter, aunque en algunas de ellas no puede evitar que comience a esbozarse una tímida sonrisa.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.