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Olga Agüero
Viernes, 10 de marzo 2017, 07:48
Los niños de Los Corrales de Buelna nacen con un libro debajo de un brazo y el carné de la biblioteca debajo del otro. Combustible ... intelectual probablemente más efectivo que el metafórico pan, propenso a disolverse rápidamente en lágrimas de cebolla. La vocación lectora protege contra pensamientos estrechos y doctrinas imperturbables. Nos enseña a desobedecer, para militar en la duda. «Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal y como me son dadas», decía Cortázar. Herencia complicada de defender cuando nos acechan pensamientos uniformes. Ya ni siquiera es preciso que el discurso concuerde con los hechos.
Cada 8 de marzo aspira a reventar los techos de cristal. Es una jornada de fervorosa exaltación de igualdad y reivindicación. Pero también un escaparate, una efímera competición de lugares comunes. Esta vez la tregua no duró ni veinticuatro horas: el propio día de la mujer el Partido Popular impidió, votando en contra, que los huérfanos de violencia machista reciban toda la pensión. Las propias mujeres predican, a veces, con ejemplos contra ellas mismas. Tolerando compañeros políticos que exhiben su prepotencia varonil sin reparos. No se pueden hacer chistes sobre Carrero Blanco, sí sobre los morritos de Leire Pajín. Quizá resulta difícil defenderse cuando la propia Ana Mato reproduce en el banquillo el arcaico estigma de dependencia marital. La primera mujer que se convierte por herencia en alcaldesa de Santander delega los asuntos importantes en un lugarteniente masculino. Hace unos meses la Asociación de Mujeres Empresarias entregó su premio anual. El jurado que eligió a la empresaria del año estaba compuesto por seis hombres. La única excepción femenina fue la premiada del año anterior. Otra paradoja de difícil digestión.
Pero lo más desasosegante del 8 de marzo fue conocer que la Audiencia de Cantabria considera que un hombre que abusó reiteradamente de una niña de cinco años no cometió un delito de agresión. Porque «no se ha probado que la menor opusiera resistencia física o protestara, llorara o gritara». El credo de desobediencia civil de Thoreau enunció que la ley jamás hizo a las personas más justas.
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