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FERNANDO MIÑANA
Martes, 28 de marzo 2017, 07:38
Una de cada cuatro personas tiene miedo a volar. Un temor irracional, como señalan las estadísticas, arrolladoramente a favor del avión frente a otros medios de transporte. Ahí va un dato incontestable: en 2016 se registraron 19 accidentes de vuelos comerciales y 325 muertes ... en todo el mundo, pero en el mismo año, solo en España, fallecieron 1.160 personas en la carretera. No es nada nuevo, es una información -que el asfalto es más peligroso que el aire- que la gente más o menos conoce y, aún así, sube angustiada a un avión y tan ricamente a un coche.
Una parte de la población más nutrida de lo que nos podamos imaginar organiza sus vacaciones a tiro de coche o tren y no se sube jamás a una aeronave. Este pavor a viajar por encima de las nubes crece cuando se produce un accidente aéreo, como el que sufrió el 28 de noviembre el avión del Chapecoense en Colombia -llevaba poco combustible y demasiada carga-, que se saldó con 71 muertos. O cuando todas las televisiones coinciden en recordar el 40 aniversario de la catástrofe del aeropuerto de Los Rodeos (Tenerife), la más grave de la historia con 583 víctimas. «No es que aumente el miedo, solo es que los que tienen miedo a volar encuentran algo a lo que agarrarse, que justifique su fobia, y se agudiza», aclara Fernando Lavín, instructor de vuelo en Bilbao y director de la escuela de TCP (Tripulante de Cabina de Pasajeros).
Ante esta situación, Liligo, una empresa para comprar billetes por internet, y Psious, firma especializada en combatir los miedos, tratan de tranquilizar a sus clientes a través de una campaña comercial que premia a quien supera esta fobia. «Tras el accidente nos dimos cuenta de que mucha gente, uno de cada tres, tenía miedo a volar. Y no tiene sentido, porque es veinte veces más probable que te toque el Gordo de la Lotería de Navidad que estrellarte en un avión», advierte Miguel Miranda, de Liligo, quien añade otro dato esclarecedor: «Hubo más víctimas en la carretera el año pasado (1.160) que todos los muertos por la aviación en España desde 1980».
Hay un accidente cada 3,2 millones de vuelos, según Aviation Safety Network (ASN), que no contabiliza los vuelos militares, como el del Tupolev que se estrelló en Sochi el día de Navidad, o algunas desgracias comerciales que no son por un fallo, como el de Germanwings que el copiloto estampó a propósito en los Alpes o el Metrojet que fue víctima de un acto terrorista. ASN, según señala su presidente, Harro Ranter, ve una curva favorable. «Desde 1997 el promedio de accidentes muestra una disminución constante y persistente». En los últimos cinco años, uno de cada tres vuelos mortales se ha producido durante la aproximación a la pista y el aterrizaje, y se ha apreciado un aumento en la fase de vuelo en crucero.
Pero Fernando Lavín sabe que los números ayudan menos a corregir una fobia que la información sobre el vuelo. Él y la psicóloga Marian Alonso dirigen en Bilbao Fly Away, una academia para perder el miedo a volar, y les explican a sus clientes del norte de España por qué vuela un avión, les enseñan a identificar un ruido, algunas nociones sobre meteorología y a confiar en los pilotos. Ella les hace convertir en positivos los pensamientos negativos porque el miedo a volar «es algo puramente mental» y a veces viene impulsado por otros temores: claustrofobia, pavor a las alturas, agorafobia o, incluso, panfobia, el pánico ante los espacios muy abiertos. «O personas que han sufrido estrés y al subir a un avión se dispara toda esa angustia». La solución: «tener la mente ocupada y practicar la relajación». ¿Y por qué todo eso no pasa en los coches? Alonso lo tiene claro. «Porque prácticamente hemos nacido en uno y estamos acostumbrados».
«Al miedoso se le ve a la legua», añade Lavín, que durante sus 16 años en el aire también ha trabajado como auxiliar de vuelo. «Está el calladito, que se aferra al asiento; el expresivo, que es capaz de llorar y hasta de agarrarse al de al lado aunque no lo conozca de nada, y el que te lo dice nada más subir. A todos hay que tranquilizarlos y explicarles que no va a pasar nada». En década y media ha visto a muchos, prácticamente en cada vuelo, pero solo le han sorprendido dos veces: cuando una de las hermanas de una familia que se iba de vacaciones a Cancún dijo en la puerta del avión que no subía y se dio media vuelta, y cuando una azafata de 42 años, con 17 trabajando a 10.000 metros de altura casi a diario, desarrolló una fobia a las turbulencias que, aunque la compañía le pagó un psicólogo y trató de ayudarla, le obligó a dejar su empleo al no poder soportarlo.
El alcohol, enemigo nº 1
Algo más comunes que los accidentes, aunque tampoco habituales, son los incidentes con el pasaje. «Los peores son los directivos de empresa, que están acostumbrados a mandar a todo el mundo y no aceptan bien las órdenes», informa Lavín, quien culpa al alcohol de casi todos los altercados. La IATA (Asociación Internacional de Transporte Aéreo) cuenta en su informe anual que un 11% de los incidentes terminaron con una agresión a otro pasajero, la tripulación o la aeronave. Los principales problemas son los abusos verbales, no seguir las instrucciones de los auxiliares de vuelo y otras expresiones antisociales.
Y añade un problema global: el 60% de los incidentes no son denunciables por limitaciones legales. Muchos quedan impunes porque la normativa más extendida concluye que solo tiene jurisdicción sobre los delitos el país de la matrícula del aparato, como se recogió en la Convención de Tokio. Estos acuerdos se actualizaron con el protocolo de Montreal de 2014, que permitía extender la jurisdicción del país de origen al de destino o incluso a un tercero en el caso de que el avión fuera desviado. El problema es que solo lo firmaron treinta estados y lo han ratificado ocho. En diciembre, la IATA, que representa a 265 aerolíneas, el 84% del tráfico aéreo internacional, instó a otras 22 naciones, entre ellas España, a que se sumaran al protocolo.
El alcohol multiplica los problemas. La bebida suele ser gratis en los vuelos largos y prueba de su abundancia es que Singapore Airlines es el segundo mejor cliente de Dom Pérignon. Cómo será que la mismísima Ryanair, una máquina de sacar dinero entre aeropuertos, ha prohibido su venta en sus vuelos de Glasgow a Ibiza. «Los británicos beben mucho y desde primera hora del día: es asombroso. Yo les he visto pedir un vaso de vino tinto, otro de blanco, un whisky con cola y una cerveza, ¡todo a la vez! En cambio, jamás he tenido un problema con un nórdico. Luego también depende del tipo de vuelo. No es lo mismo volar a las Maldivas con parejas de recién casados que un Cardiff-Ibiza con decenas de tías de despedida de soltera», relata Lavín. La Civil Aviation Authority registró 386 incidentes en Gran Bretaña en 2015: desde peleas a intentos de abrir una puerta en pleno vuelo o un aterrizaje de emergencia por un fuerte olor a marihuana.
También hay incidentes e incidentes. En Korean Airlines están curados de espanto. La compañía va a permitir el uso de pistolas paralizantes para reducir a pasajeros violentos y obligará a que vaya un hombre entre los auxiliares en cada vuelo. Todo después de un desagradable trayecto entre Hanói y Seúl por culpa de un cliente beodo que agredió a las azafatas y que solo pudo ser reducido cuando intervinieron el cantante Richard Marx y otros dos pasajeros.
Listas negras de viajeros
Lavín no querría armas en su avión -«las carga el diablo y se pueden volver en tu contra»- ni ve necesario que haya un hombre. «Eso me parece machista. Los auxiliares de vuelo de ambos sexos estamos instruidos para reducir a un pasajero y hasta podemos esposarlo, aunque siempre hay que intentar calmarlo por las buenas». Si la situación se desmadra, el protocolo conserva una última opción: desviar el vuelo al aeropuerto más próximo. «Pero eso es un problema para todos y siempre se intenta evitar. A mí no me ha pasado nunca en 16 años y solo conozco a un compañero al que le ocurriera. Fue en un vuelo de Londres a Malta y tuvieron que parar en Italia».
Cinco aerolíneas chinas comparten una lista negra de pasajeros. Los incidentes en el este de Asia son cada vez más comunes y solo en Corea del Sur se han multiplicado por tres en el último lustro. En un vuelo de Thai Air Asia unos pasajeros disconformes con el asiento que les habían asignado mostraron su disgusto lanzando fideos chinos a las azafatas.
Otras veces el enemigo está en casa, como le sucedió a Korean Air cuando Cho Hyun-ah, vicepresidenta de la compañía e hija del presidente, obligó a que se retrasara el despegue del avión porque la auxiliar le había servido unas nueces de macadamia en una bolsita en vez de hacerlo en un plato. Y, claro, cuanto más largo es el duelo, peor es el problema con un viajero insubordinado. Como para que te pase en el Doha-Auckland de Qatar Airways (el más largo, con 14.535 kilómetros), que dura diecisiete horas y media...
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