Secciones
Servicios
Destacamos
Juan Luis Fernández
Lunes, 24 de abril 2017, 08:23
Al poco de hacerse famoso por su ensayo El grado cero de la escritura, el semiólogo (=investigador de signos y lenguajes) Roland Barthes sorprendió a ... todos en 1954 con un libro muy diferente, Michelet por sí mismo. Jules Michelet había sido el gran historiador decimonónico de la nación francesa, y todo un modelo de retórica literaria. Pues bien, Barthes se preocupó de agrupar, a partir de miles de fichas de lectura, los temas centrales que habían obsesionado a Michelet. Así ofreció una imagen de él absolutamente original, aún hoy insuperada.
Seguramente ese análisis de raíces temáticas se puede realizar con cualquier autor, incluidos los que cultivamos plantas de tinta alineadas en los sembrados mediáticos. Habrán notado que, de vez en cuando, escribo sobre las apariciones o epifanías, esencialmente de tipo animal. En Cantabria aparecen insospechadamente delfines, jabalíes, avispas asiáticas, osos, buitres y lobos. Todo es signo de nuestra época, que quiere gestionar la naturaleza mientas la naturaleza la gestiona a ella. Hoy propongo tres breves reflexiones sobre insostenibilidad.
En primer lugar, nuestra gestión de la naturaleza cántabra es más demagógica que otra cosa. La demagogia se dirige a dos objetivos fundamentales: contentar a ciertos sistemas de aprovechamiento económico, por un lado, y contentar a los desigualmente ilustrados ideólogos del ecologismo, por otro. Cuando nadie protesta mucho, se dice que estamos en «desarrollo sostenible». Pero solo estamos en tregua. Esta no se debe a un verdadero pensamiento de la naturaleza, sino a contemplaciones políticas que compran tiempo electoral y desperdician el tiempo de la historia. Y hay mucha complicidad científica, porque en España el científico es funcionario y no siempre como aquel «funcionario de la humanidad» que reclamaba Edmund Husserl. En segundo lugar, no valoramos la huella ecológica de nuestro estilo de vida. Toda Cantabria tiembla ante la posible mega-lechería de Soria. Mas nunca pensamos en el impacto ambiental de criar vacas. La ganadería de vacuno posee todos los récords Guinness de eructos y por tanto es un gran contribuyente al calentamiento global. Por no hablar de que los prados se podrían dedicar a otros alimentos, para humanos. Algunos proponen incorporar en el precio de las cosas los costes ambientales de su producción. Esto sí produciría una revolución económica, porque la pobreza futura se haría súbitamente presente. Carne para hoy, hueso para mañana. En tercer lugar, nuestra sensibilidad es algo friqui. Nos apiadamos de osos y lobos, pero ese sentimiento no se extiende por igual a sus víctimas, ni a las abejas, ni a los bichos marinos muertos por sobrepesca o contaminación. Sin embargo, una colmena de abejas es a una manada de lobos lo que la civilización egipcia a una cuadrilla de bandoleros de Sierra Morena. Y un delfín o una ballena están más cerca de nosotros en evolución mental que un buitre o un oso (aunque lo del buitre acepto reconsiderarlo en la parte de teoría económica).
Ya no cazamos ballenas ni delfines, pero cuidamos muy poco su hábitat. Varias especies de cetáceo han superado la prueba MRS de autorreconocimiento ante un espejo. Por cierto, la próxima vez que vea usted una urraca, muestre respeto: ella también ha pasado la prueba y, si hubiera sido francesa, como Michelet y Barthes, habría exclamado: «Alors, cest moi!» No hay que hacer sostenible el desarrollo, sino la inteligencia. Olvídese del lobo: nuestro objetivo político es la urraca. Trátela de usted, que ella sabe que es un «yo». Tratar de usted a la naturaleza: esa sí sería la smar revolución.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias seleccionadas
Ana del Castillo
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.