Salir de la pecera
El problema es cuando el temor a implicarnos se convierte en un acto de cobardía moral
Olga Agüero
Viernes, 5 de mayo 2017, 08:47
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Olga Agüero
Viernes, 5 de mayo 2017, 08:47
No te metas en líos. No es asunto tuyo. Mira para otro lado. Siempre ha sido así. Puede que, sin saberlo, ya naciésemos vencidos. Los ... cimientos morales de nuestra infancia echaron raíces en un credo sin primavera, donde todas las ventanas daban al norte. Esa trinchera donde habita el frío de la indiferencia. Haz como que no pasa nada, como que no lo has escuchado. Cuántas veces, de niñas, nos predicaron oídos sordos como el impotente antídoto contra los hombres que nos escupían palabras y miradas sucias, mientras soportábamos su repulsiva proximidad en las estrecheces del autobús.
El recreo se ríe del más bajo, del más alto; del que siempre sabe la lección, del que no la sabe nunca. Nos recetaban pasar desapercibidos para evitar líos. Adiestrados para oír, ver y callar creíamos militar en el bando correcto, que era la neutralidad. Mirar para otro lado mientras un compañero lo pasaba mal. Una imparcialidad malentendida porque conducía a consentir la injusticia, lo cual ya era tomar partido por la peor de las causas. La inmaculada neutralidad, a menudo, es mucho más indigna que recibir una bofetada por meterte donde no te llaman.
Esta semana, en la conmemoración del Día Internacional contra el Acoso Escolar, los políticos han recomendado a los niños que no sean meros espectadores y que se impliquen para combatirlo. Es fácil predicar en un colegio que se delate al abusón, mientras ellos se ponen de perfil con sus propios corruptos. Pedimos a los escolares que no miren para otro lado, y ofrecemos el ejemplo contrario. La corrupción, el acoso y las injusticias se nutren de nuestra indiferencia y pasividad.
Se creen que somos tontos. No es solo un exceso de condescendencia ciudadana. El problema es cuando el temor a implicarnos se convierte en un acto de cobardía moral. Protestar no siempre es peor, cuando el silencio tampoco es un bálsamo. Vivir no puede ser una renuncia. Somos libres y no elegimos. Somos aquellos peces de Cortázar que parecen no querer salir de pecera porque ya casi nunca tocan el vidrio con la nariz.
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