Hay cosas que si las dijésemos los lugareños sobre nuestro lugar labarilándico, resultarían sospechosas de juicio torcido por simpatías o antipatías; pero si las dice, por ejemplo, un señor de Murcia, suenan como una revelación con la banda sonora de 'Los Diez Mandamientos'.
Mientras la población activa de 25 a 34 años desciende vertiginosamente, nuestros ayuntamientos festejan sus cierres de ejercicio con fastuosos superávits y remanentes de tesorería, con los cuales algunos de nuestros expatriados no habrían tenido que expatriarse, o algunos de los parados habrían dejado de serlo.
Presenciar esa felicidad de interventores municipales y de concejales de Hacienda, por haber retenido innecesariamente un dinero que era muy conveniente que produjera algo en otra parte, es tan grato como oler un frasco de amoníaco. La persona necesitada no siente ninguna felicidad ante el superávit, más bien lo interpreta como la diferencia entre estar en forma y dedicarse al culturismo. Son inversiones públicas o consumos privados que se han dejado de realizar, y con ellos el empleo que traían prometido. «¡Bravo, nos pasamos cogiendo dinero de vuestras cuentas!», viene a ser el jolgorio.
Apenas un año después de lograr en el mercado 15 millones, Sniace ha tenido que captar otros 11 millones, y de paso hemos debido aplazarle una gran deuda fiscal, mientras nuestro gobierno acababa 2016 recortando inversiones en la propia Torrelavega para poder pagar las nóminas funcionariales. Los ayuntamientos cobran de más en vez de motorizar la economía; la 'regiocracia' cobra de menos y se pasa de gasto en nóminas directas y adheridas, en vez de destinar más recursos a generar capital.
Ahora Robert Bosch es china, Sidenor es parcialmente cántabra (pero esta vez va a salir bien, y no como en las veinte experiencias similares anteriores), y de nuevo el Racing está virtualmente nacionalizado. Las chimeneas del balompié tienen que seguir humeando, ya que los futbolistas de fuera y sus agentes de fuera representan, naturalmente, nuestra identidad más de dentro. Así importamos el orgullo, que al parecer nos falta, y exportamos los impuestos, que al parecer nos sobran. Da igual cómo coloquemos la barrera: el balón viene por la escuadra otra vez. Ellos son profesionales y nuestro portero ha apostado en el internet electoral a que es gol.
Pero quizá una región en declive, tan en declive que ni se entera, necesita precisamente esto: pirotecnia societaria, tragicomedia política, gladiadores deportivos, legalizar todas las metáforas de la marihuana. Chamanismo masivo: la ilusión de las cuentas equilibradas para compensar que la sociedad está desequilibrada; la ilusión de convertir la UCI de la desindustrialización en la Maternidad de la reindustrialización; la ilusión de meter un gol en alguna parte a la vista de la goleada que estamos encajando en todo lo demás. Si no lo hubiera dicho un señor de Murcia, hasta costaría creerlo.
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