Odio al percebe como ningún hombre lo ha odiado nunca". Así se expresaba en 1852 el naturalista inglés Charles Darwin. Aunque en una carta ... anterior había mencionado con ternura científica a sus "amados percebes" ("beloved barnacles"), el amor ya en aquella Inglaterra victoriana no duraba mucho, ni siquiera entre exalumnos de Cambridge y cirrípedos, y la investigación acabó con la paciencia del que pronto saltaría a la fama al publicar la biblia del evolucionismo: "Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural". De momento, Los tres volúmenes darwinianos de percebología supusieron un importante paso en el conocimiento de estos misteriosos crustáceos, parientes de cangrejos y bogavantes.
No resultaron menos esforzados los experimentos de Darwin para descubrir si los gusanos de tierra tienen oído e inteligencia. Llegó a someterlos a notas de piano, gritos, pitidos de silbato e incluso la melodía de un fagot. Le faltó poco para atacar a las gusanas con una orquesta filarmónica. En cualquier caso, concluyó que no oyen, pero esto ya se sabe, por ejemplo, de los maridos y sin necesidad de fagot.
Si quieren saber más, busquen el blog de Oxford University Press. A lo que voy aquí es a que la teoría de la evolución no fue solo el fruto de una reflexión filosófica general, sino también de muy variopintas observaciones sobre la constitución y conducta de los seres vivos. Cuando deseamos averiguar si hay evolución también en la sociedad y la cultura, hay que bajar a detalles y poner la Quinta de Beethoven al gusano.
Se cuenta que la esposa de un eclesiástico protestante, al ser informada sobre la teoría de Darwin, dijo: "Cariño, si eso es cierto, esperemos que no se entere mucha gente". Efectivamente, el evolucionismo ha cambiado el modo en que el ser humano se interpreta a sí mismo. Hubo muchas afirmaciones durante cien años sobre cómo los conceptos fundamentales de la evolución natural, a saber, variación, selección y herencia, podrían aplicarse en las ciencias sociales. Todo se realizó de manera bastante ansiosa y brusca; se manipuló a menudo con fines nacionalistas e imperialistas; y al final, para evitar estos pecados, sociólogos y antropólogos buscaron modelos más interesados en describir sociedades que en explicar por qué cambian.
Los marxistas tenían una teoría del cambio a través de luchas de clases. Pero decidieron basar su explicación en los conflictos económicos y su canalización en ideologías e instituciones. Pretendían un imposible: ser materialistas sin ser ecologistas; centrarse en el trabajo del hombre sin examinar el trabajo de la naturaleza. Así, pues, entre aquellos que desprestigiaron el papel de la biología en las ciencias humanas y los que, aun aceptándolo de boquilla, jamás lo investigaron, pasando por los que se limitaban a desmontar la sociedad como un gran Lego, Darwin quedó recluido en las ciencias naturales más que la Pantoja en Alhaurín.
¿Qué diría usted de Cantabria como producto de la evolución social y biológica? Teniendo Atapuerca tan próximo, no es descabellado pensar que muchas generaciones de especies diferentes de homo han cruzado Ampuero en busca de caza, casa, o casorio.
Y más cerca: ¿no le parece que el crecimiento demográfico de la Restauración alfonsina fue una presión que llevó a muchos a emigrar a América o a otras partes de España, y aquí a las tensiones sociales que desembocaron en la guerra civil? Todos recordamos que nuestros bisabuelos y bisabuelas eran en general unos esforzados reproductores. Eran fama en Rocamundo, Valderredible, las familias con más de diez hijos. Resultado de una natalidad agraria a la antigua, combinada con una menor mortalidad materno-infantil gracias al progreso económico y social. Y quizá no le sorprenda saber que esa misma secuencia se produce actualmente en Gaza, Yemen o Siria y en muchos otros países. La naturaleza, que incita a la reproducción, se autogestiona a través de la cultura, que ha inventado el ginecólogo, el pediatra, la Argentina y, cuando todo falla, el general de brigada. Por eso el exceso de oficiales es síntoma de colapso inminente.
Ahora mismo estamos al borde de otra gran migración. África camina rápidamente hacia los 1.000 millones de personas. Es imposible que sus economías corran tanto como sus comadronas. No hay ministro africano de Interior capaz de arrestar a Cupido, ni ministro de Sanidad que esterilice las flechas. Por otro lado, Europa se hace vieja, Cantabria con ella (ya el 21% de nuestra población regional tiene 65 años o más), y necesitamos personal para que la máquina del bienestar siga girando. Una emigración importante y organizada procedente de África sería buena para todos.
Es en la Europa demográficamente en retroceso, a la que los cántabros pertenecemos, donde la necesidad de evolución política resulta más acuciante. No el fagot: la vuvuzela de la historia suena cada vez más fuerte. De momento, la táctica europea es como la que ejecutaba el Racing de Maguregui: cruzar el autobús de defensas ante la portería.
El hombre que odiaba a los percebes quizá nos diría que nuestros sentimientos actuales resultaron de una larga evolución en grupos pequeños y egoístas, y no son muy adecuados para gestionar una gran sociedad mundial de miles de millones de personas. La aldea global del comunicólogo canadiense Marshall McLuhan no es aún la aldea moral. Estamos a punto de controlar técnicamente nuestra evolución biológica; nunca hemos controlado menos nuestra evolución política. Sobran explosivos, faltan reflexivos.
Nuestra versión local del desafío global requiere seguramente menos investigación que la del percebe y un poco más de escucha que la del gusano. Nos estamos perdiendo la sinfonía del nuevo mundo, y no es la de Antonin Dvorak.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.