Cada pedalada es el eco de la cabalgada anterior, esa que se clava en las caderas y te deja las rodillas tiesas como una estaca. En la bicicleta se reproducen todos los dolores camuflados que durante el maratón a pie no dan la cara. La ... combinada del Soplao te enseña a sufrir con la calculadora en la mano. Ese salto a destiempo; aquella carrerita de más... La piedra que saltaste en vez de apoyarte... Todo pasa factura. No admite chantajes. Se trata de asistir a un cursillo de sufrimiento por etapas; de una curva a otra, un repecho, una cresta, un riachuelo, un cortafuegos... Sobornas al esfuerzo autoengañándote. Te haces trampas. El éxito está en inventarse una meta cada cinco minutos. Así durante nueve, diez u once horas, ¿acaso hay prisa?
Enfrentarse a 48 kilómetros de carrera pie por el monte y después agarrar la bicicleta y hacer otros setenta responde a un ejercicio de irresponsabilidad si no lo olvidas pronto. En la salida, por ejemplo. Sin embargo, la música a las 8.00 de la mañana en Cabezón de la Sal y el brillo de los ojos de tus rivales-compañeros son amnesia pura. Veneno del bueno. Sin darte cuenta aceptas el soborno y empiezas a correr.
Preocuparse de lo que no ha ocurrido es el error más común, lo dicen los budistas, pero en este peregrinar es imposible dejar de hacerlo. En Santa Lucía, los jadeos rompen el silencio mañanero y en la bajada al cortafuegos hacia Ruente, en pleno estado de hipnosis colectiva, es donde comienza la huida hacia delante. Allí, más que pensar en dónde pisar para no caerte, tus pensamientos se trasladan al Toral, a la campa de Ucieda, a la subida al Moral que llegará en bicicleta o al innegociable Negreo.
La combinada es una mentira piadosa constante que sirve de atenuante, ya que nunca te duelen las piernas tanto como a buen seguro te terminarán doliendo. Siempre lo peor está por llegar. Un cóctel de sentimientos, una partitura al que los jadeos y el golpeteo azorado de tu corazón le ponen la letra. ¿Quién puede pedir más? En el cortafuegos sientes vértigo; en Ruente, escalofríos; en Ucieda, alivio; en la ruta de los Puentes, incertidumbre por ver por dónde vas; en Brañazarza, ahogo; en el Toral, al ver a los aficionados animar, lo sientes todo a la vez. Y de repente, llegas a bóxes y lejos de irte para casa coges la bicicleta. Llamas a casa y mientes a tu madre y a tu mujer. «Ya acabo».
Y mientras asciendes el interminable Moral y la emboscada de Correpoco sólo tienes ojos para el Negreo. Es un mal sueño del que te despiertas en Sopeña. Allí se te va media vida mirando para arriba, pero el público te resucita. En el Negreo te mueres cien veces. Es una ruleta rusa con rampas que te dan la vuelta. Tu memoria se pierde en cada curva. Nueve horas y media después, la meta es el elixir que lo cura todo.A mí ya se me olvidó todo;sólo pienso en volver.
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