Le invito a una pequeña especulación que, si bien carece de pretensión científica, no deja de sugerir una investigación de dicho carácter, que sólo podría ... ser de genética de poblaciones, al estilo de las que efectúa el único genetista al que he entrevistado, el profesor de la británica Universidad de Leicester Mark Jobling, coautor junto con otros cuatro colegas del espléndido manual Genética evolutiva humana. Jobling estuvo en el equipo que demostró que el presidente Thomas Jefferson había procreado con una esclava afroamericana llamada Sally, y también que una parte desproporcionada de la población de Asia Central procede por vía directa del gran Gengis Khan y sus "otras" conquistas, la de alcoba.
Dentro de la mitología política de la Cantabria autonómica está el que nos gustaría creernos descendientes de aquellos cántabros de los autores antiguos. Nadie aduce ninguna prueba fehaciente, y lo poco que puede cavilarse habla directamente en contra de ello. Las guerras cántabras contra Roma fueron muy destructivas para aquel pueblo, y lo dejaron muy cerca de la extinción, debido a ejecuciones, esclavización y deportaciones. La romanización trajo gentes nuevas, y las primeras incursiones bárbaras del siglo III también parece que causaron perturbaciones considerables en la población.
La posterior conquista visigótica del territorio cántabro se hizo a sangre y fuego. El hundimiento del reino germánico ante los musulmanes en el siglo VIII atrajo al norte muchos exiliados de la meseta. Posteriormente, hay asentamientos medievales de judíos, como en Laredo o en Campoo, que al comenzar los asaltos a las aljamas en la Baja Edad Media seguramente dieron lugar a no pocas conversiones de conveniencia.
A todo esto, la milenaria inclusión en Castilla ha supuesto el intercambio de gentes, lo mismo que la vecindad con el País Vasco. Cantabria es la segunda provincia donde más intensamente se da el apellido Echevarría, solo por detrás de Vizcaya. El porcentaje de montañeses apellidados Zubieta es casi el mismo que el de vizcaínos. Y es más fácil hallar un Gandiaga en Cantabria que en Guipúzcoa. Tenemos, finalmente, más proporción de Zubizarretas que cualquier provincia no vasca.
El desarrollo de las comunicaciones, el estado liberal, el comercio y la industria, y la transformación de la agricultura indujo importantes fenómenos migratorios a los que luego se añadieron las oportunidades educativas y profesionales. Últimamente, tenemos la recepción de inmigrantes extranjeros en mayor número de lo habitual en una provincia con un puerto grande. Así pues, ¿qué tiene que ver el legendario Corocota con usted y conmigo?
En un combativo ensayo de 1971, el historiador francés Michel Foucault recordaba las burlas de Friedrich Nietzsche sobre la pretensión de pureza de los alemanes y, aún más, sobre el problema de los europeos que crearon la ciencia moderna de la historia: "El europeo no sabe quién es; ignora qué razas se han mezclado en él; busca el papel que pudiera ser el suyo; carece de individualidad. Se comprende entonces por qué el siglo XIX es espontáneamente historiador". De esa obsesión cultural con el pasado fue un paralelo testigo el crecimiento del nacionalismo político. Nuestro Corocota no es más que una versión regional de un fenómeno europeo mucho más vasto.
Aunque sólo un estudio genético podría mostrar si queda algún cántabro actual que descienda de aquellos de hace 21 siglos (después de todo, tendríamos que poder comparar ADN actual con ADN antiguo que supiéramos a ciencia cierta que fuera de un cántabro, y no de un irlandés que estaba de viaje y pilló la gripe), las probabilidades son quizá contrarias al pretendido linaje. Lo más probable es que Corocota no fuera de los nuestros, sino de los de ellos. Porque nosotros no somos los antiguos e indómitos cántabros, sino un mix que en su mayor parte puede componerse de otras líneas diferentes. Hay un 21% de la población ibérica que comparte singularidades genéticas con los judíos sefardíes de hoy. Descienden de los conversos, como nuestros Uslés descienden de fundidores de Flandes venidos a La Cavada y Liérganes. Posiblemente en Campoo queda más huella hebrea, hecha de ácido desoxirribonucleico, que una leyenda en una torre de Aguilar con unos versículos del profeta Isaías.
Usted puede provenir de un ser humano romano del Lacio; un hérulo indocumentado; un vikingo que se echó una novia en San Vicente; un visigodo como los de las tumbas de Camesa-Rebolledo; una judía castellana; un mudéjar bautizado; un emigrante de Tierra de Campos o de Vizcaya o de Asturias; un belga minero o industrial; un monje portugués que echó a perder su alma en un pajar; un druida céltico, o un soldado de Napoleón que dejó sus genes en España. Y si ha venido usted hace poco, descenderá de amerindios, mulatos, chinos, eslavos o africanos.
¿Cuál debería ser la relación con un pueblo que en parte ocupó las tierras que hoy ocupamos, al tiempo que usurpamos el nombre de prestigio que a ellos se daba? ¿No es fundamentalmente incorrecto denominarnos cántabros para borrar la absoluta diferencia que hay entre ellos y nosotros? Admitir esa discontinuidad en nada reduciría nuestro interés en exhumar su historia, ni dejaríamos de sentir algo especial por ellos como habitantes pretéritos de un mismo espacio, que ya no es el mismo. Pero sí se rebajarían nuestras ganas de insistir ideológicamente en una identificación precaria. Celebramos al Padre Flórez por haber quitado de la cabeza a los vascos su ilusión de entroncar con los antiguos cántabros. Sin embargo, ¿no nos estará faltando un segundo paso y averiguar que también nosotros estamos en las mismas? El segundo Flórez solo puede ser hoy un doctor Jobling, pues los archivos son nuestras propias células.
Por mucho menos que el dinero que perdimos con GFB, Nestor Martin y Alí Syed, podríamos verificarlo a ciencia cierta y, de paso, avanzar en el conocimiento de nuestra propensión colectiva a ciertas enfermedades. Una de ellas, indudablemente, es la credulidad, hasta la fecha incurable.
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