La virulencia
Juan Luis Fernández
Lunes, 5 de junio 2017, 07:35
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Juan Luis Fernández
Lunes, 5 de junio 2017, 07:35
El otro día estaba leyendo el relato de unos viajeros ingleses que, a finales del siglo XIX, visitaron Cantabria y recorrieron gran parte de ella. ... Cuentan que tardaron dos horas en tren de Santander a Renedo de Piélagos, y que aquí aún hubieron de esperar media hora más a que pasara el tren que venía hacia la capital. Naturalmente, a unos británicos acostumbrados a la puntualidad de la densa red de ferrocarriles victorianos, aquella lentitud les pareció escandalosa ("that most dilatory of trains", bautizaron al suyo, impulsado por una vetusta locomotora inglesa de casi treinta años).
Coincidió esta lectura con la sensación de que el tren de la economía de Cantabria no va mucho más rápido que aquel convoy en que nuestros turistas se dirigían a Torrelavega. El último dato sobre la economía regional es que sigue creciendo bastante menos que la nacional. Mientras España ya recuperó a finales de 2015 el nivel de PIB que tenía en 2010, Cantabria no lo hará previsiblemente hasta dentro de un año, a principios de 2018. Esto supone que llevamos dos años de retraso en el proceso de recuperación.
De ahí vienen otros males. Las afiliaciones a la Seguridad Social también nos indican que nuestra creación de empleo muestra un ritmo mucho más bajo (más de un punto porcentual inferior) que la de España. Es lógico: una economía menos dinámica crea menos puestos de trabajo. Y si además quitásemos casi un 20% de empleo nuevo que se viene generando con una avalancha de contrataciones públicas, esencialmente en educación, y que por tanto es asaz ficticio en relación con la vida productiva, la impresión de nuestra economía sería todavía más preocupante.
De este menor dinamismo viene un menor potencial de contribución tributaria a los servicios públicos. Poco empleo adicional significa poco consumo añadido, y con ello evolución discreta de impuestos directos e indirectos. Así que las cuentas no cuadran, porque se quiere seguir gastando generosamente en asuntos corrientes y futboleros, pero el apartado de ingresos es como el cuento de la lechera después de volcarse la perola (lo que es una manera metafórica de resumir el último informe de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal).
Tres medidas parecen necesarias. Una capacidad autonómica mucho mayor para invertir y para incentivar la inversión privada. Una aceleración de los proyectos inversores procedentes del gobierno central. Y que los ayuntamientos dejen de cobrar más impuestos de los que realmente son capaces de gastar: el insomnio del interventor municipal es preferible a la pesadilla del desempleado y del autónomo. Todo lo que falle de esas tres patas nos seguirá manteniendo en las dos horas de Santander a Renedo, tardanza pareja a la virulencia que lleva el ferrocarril entre, según la canción popular, Molledo y Portolín. Estamos en la legislatura de la virulencia; necesitamos una de altas prestaciones, por lo menos.
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