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FERNANDO MIÑANA
Jueves, 15 de junio 2017, 08:50
Más allá de ser una carrera urbana o la más antigua de estas características en España, lo más sorprendente de la prueba que se celebra todos los meses de agosto por las calles de Xàtiva, histórica ciudad a 60 kilómetros de Valencia, es que no ... haya muerto ningún piloto durante 65 años en una prueba que, dicen los participantes, «no tiene curvas, sino esquinas». El punto de arranque, el 20 de agosto de 1952, cuando aún se llamaba motorismo a este deporte, retrató lo que iba a ser la carrera toda su vida: un desafío a la lógica. Calles sin asfaltar, filas de gente en lugar de muros o protecciones y ni una ambulancia. Hace un año, el vídeo de una mujer cruzando la calle con el carro de la compra demostró que es un milagro que no haya sucedido una desgracia.
Los participantes se apuntaban como podían. Pagaban 15 pesetas por correr y algunos, como Jenaro Piqueras, se presentaban con la moto que habían hecho con sus propias manos. Pieza a pieza. Una vez terminada, se llevaban la máquina a Madrid para patentarla y obtener el permiso de Industria. Y a correr en esa caldera que es Xàtiva en pleno agosto, muchas veces por encima de los 40 grados, en un circuito con cuatro rectas y cuatro curvas. Bueno, cuatro esquinas.
«Esta carrera siempre ha tenido dos problemas: el asfalto y la seguridad. Pero, a pesar de eso, nunca ha habido un percance grave», resume Josep Lluís Fitó, el periodista setabense que acaba de recoger de la imprenta 'La carrera urbana més antiga d'Espanya', el libro que repasa los 65 años de historia y sus 64 ediciones, pues, misteriosamente, en 1958, y nadie ha conseguido saber el motivo, no se celebró. Tres años husmeando por las hemerotecas en una labor que compara con la arqueología.
En los primeros años, una época en la que había una carrera de este tipo en cada ciudad y pueblo grande, salía una caravana de coches y motos desde Valencia para presenciar las pruebas, que se enmarcan desde 1952 en la fiestas locales, la Feria de Xàtiva, que tiene su origen en el comercio de ganado y se se celebra por privilegio de Jaime I desde 1250. Los pilotos tenían la obligación de vestir chaqueta y pantalones de cuero y botas «sin tachuelas». La recompensa, premios de 200 a 600 pesetas.
Uno de los accidentes más graves que se recuerdan se produjo en 1957, en un trazado lleno de polvo donde Ernesto Laguna se estampó contra un árbol y se quedó ciego de un ojo. Eran los tiempos en que algunos pilotos corrían en La Coruña el 14 de agosto, luego se marchaban a Bilbao para dejar las motos grandes y con la menores se desplazaban hasta Xàtiva, corrían y regresaban al norte para disputar el Gran Premio de Vizcaya. A veces, como en 1961, coincidían padre e hijo en la prueba y, si ganaba el vástago, no era bien recibido, como reflejó con parquedad Paco González en su crónica en 'Motociclismo': «La familia González quedó en cabeza, con el niño por delante».
A mediados de los sesenta competían los mejores de España, como Ángel Nieto, que debutó como júnior, con 18 años, con un tercer puesto en 1965. En esa época había un chaval chiquitín que no se perdía una carrera. Iba hasta Xàtiva en bicicleta y allí, donde casi podía tocar a sus ídolos, como César Gracia, decidió que su destino era ser piloto.
Aquel chaval, que vivía en Ayacor, a ocho kilómetros de Xàtiva, llegó a ganar dos campeonatos del mundo. Convertido ya en una leyenda, Ricardet fue hasta la fábrica donde trabajaba Gracia y, como recoge la anécdota del libro de Paco Desamparados 'Mis conversaciones con Ricardo y sus amigos', le soltó: «Hola, soy piloto de motos, me llamo Ricardo Tormo y he venido adrede a conocerle, ya que, siendo niño, le vi correr en Xàtiva y desde ese día usted es mi ídolo. Me encantaría tener su amistad y comernos una paella juntos hablando de motos».
Por allí, además de Nieto y Tormo, pasaron Aspar, 'Champi' Herreros y Bernat Martínez, que debutó con 15 años con un triunfo ante su hermano Álex. Bernat amaba tanto esta carrera que se convirtió en el piloto más laureado, con trece victorias. En 2015, después de correr más de quince veces entre balas de paja sobre un asfalto parcheado y lleno de baches, chafando pasos de cebra y con algún insensato cruzando por en medio, murió en el circuito de Laguna Seca. Xàtiva siempre le recordará como uno de sus abanderados. «Este tipo de carreras las corre el que se siente piloto de verdad», solía presumir.
La cita veraniega ha pasado varios momentos de incertidumbre, pero ahí sigue pese a sus problemas. «Es su idiosincrasia. Si se la llevaran a un polígono desaparecería. Su esencia es el ambiente, su carácter urbano», afirma Fitó. O como decía José Luis Macías, el director de la prueba durante 22 años: «Es una locura que una máquina así ruede por un circuito urbano, pero es la magia que tiene Xàtiva».
Algunos de los mejores pilotos del siglo XX, como Ángel Nieto, Ricardo Tormo, Aspar o 'Champi' Herreros, veinte títulos mundiales entre los cuatro, corrieron alguna vez en Xàtiva.
La Bañeza, el referente
La otra gran carrera urbana de España es el Gran Premio de Velocidad Ciudad de la Bañeza, en la provincia de León. Allí, durante tres días, se reúnen todos los veranos aficionados al motociclismo de España. El año pasado se congregaron 60.000 espectadores.
años cumplirá en agosto el Trofeu de Velocitat Fira de Xàtiva. Se estrenó en 1952, como el de La Bañeza, pero la carrera valenciana solo falló en 1958 y la leonesa, en 1955, 1956, 1965, 1967 y 1989.
El público, un reto
Xàtiva siempre ha tenido un desafío, que no se cuele la gente. Un año repartieron gorras rojas entre todos los que pasaron por las taquillas y descubrieron que se veían muy pocas. Si alguien decía que vivía dentro del circuito, la consigna era dejarle pasar solo si insistía más de dos veces.
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