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Olga Agüero
Viernes, 16 de junio 2017, 08:11
Un enfadado junio lanzó el martes, en airado arrebato, mil trescientos rayos y truenos sobre nosotros. La tormenta metafórica descarga de la presión ambiental que ... soportamos se desató tras conocer que Rajoy nos deja sin los 22 de millones de euros para Valdecilla. Loable esfuerzo de nuestros representantes en Madrid, al parecer más entregados a sus propios asuntos internos que a los de la comunidad. Diputados populares que votaron a favor del presupuesto contra los intereses cántabros y senadores que, por supuesto, harán lo mismo con el trámite que bendecirá en breve las cuentas del Estado. Ninguno se plantea desafiar la disciplina de las siglas que les dan asiento. Primero el partido, luego Cantabria.
Al ruido de panderetas Buruaga despertó un tanto aturdida de su particular invierno y reaccionó por peteneras invocando una cruzada por las vacaciones de Semana Santa. Cuestión notablemente más relevante que financiar Valdecilla. Contribuyendo a la confusión todos despejan balón para no asumir culpas se apareció el ministro, que incuba en sí una omnipresente trinidad de mando en Fomento, Ayuntamiento de Santander y hasta en el Partido Popular de Cantabria. Nos recomendó arreglar papeles para otra ocasión. Los diputados Madrazo y Movellán no dijeron que faltase ningún sello cuando aseguraron que el Senado añadiría la partida de Valdecilla.
La providencia quiso que la mala noticia coincidiese con el enésimo anuncio para liberar las estaciones. Porvenir que nunca viene. El ministro ha fulminado la posibilidad del soterramiento y nos ha encasquetado sin preguntar una tejavana para disimular las vías del tren. Recela de lo subterráneo. De hecho, en Santander vamos a estrenar el primer metro que no circula bajo tierra.
Madrid, que nos debe cien millones de euros, exige recortar otros veintidós y que pongamos dinero nos dicen cuánto y cómo para la colección Lafuente y para pagar a escote obras que Fomento decide sin solicitar ninguna opinión. Las competencias autonómicas menguan tanto que nuestro albedrío terminará por limitarse a obedecer a la autoridad nacional, que impone su política de lentejas. O lo tomas o lo dejas. El falso dilema del blanco y negro.
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