Cantabria, patria querida
En España ahora el principal partido de la oposición proclama la ‘nación de naciones’, pamplina de pamplinas
Juan Luis Fernández
Sábado, 24 de junio 2017, 07:40
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Juan Luis Fernández
Sábado, 24 de junio 2017, 07:40
El nacionalismo está ortográficamente tan cerca del necionalismo, que, al menor despiste, se convierte en él. Incluso podríase decir que el necionalismo es precisamente la forma más frecuente de ejercerlo. La historia contemporánea lo acredita enciclopédicamente. Y es que el nacionalismo es muy difícil ... de desempeñar bien, porque no hay ninguna buena razón para sostener que un grupo de individuos tiene derecho a crear un estado soberano, con preferencia sobre otras formas políticas. Puede hacerlo por bemoles, pero no por silogismos. Esto es algo que se inventó en el siglo XIX cuando, explica Azar Gat, de la Universidad de Tel Aviv, decayó la legitimidad divina de los monarcas y hubo que buscarla en otra parte, en la nación. Por eso, al fallecer el ex canciller alemán Helmut Kohl, el Frankfurter Allgemeine Zeitung le dedicaba en portada un titular en latín: Pater Patriae, el padre de la patria, reunificador de la nación.
El profesor Gat, oficial en la reserva del ejército israelí, no es antinacionalista, ya que sería casi una contradicción en los términos. Explica que el nacionalismo es la versión moderna de los sentimientos étnicos que ya existían desde muchos siglos antes. Y puede que tenga razón, pero no podemos pasar alegremente del suele granizar al debe granizar, o que como fuimos tribu estaría guay volver a serlo. La globalización ha proporcionado los medios tecnológicos y culturales para una articulación política cuyas bases resulten ser más bien las demográficas, económicas y logísticas, que las propiamente étnicas. ¿No es absurdo que los bolivianos carezcan de una salida al Pacífico? ¿Qué sale ganando América Central con su fraccionamiento parroquial? ¿Para qué ha servido la independencia de Sudán del Sur a los 300.000 muertos y 3 millones de desplazados (el 25% de la población) de su guerra civil? ¿Por qué el petróleo de México y Venezuela coexiste con el Caribe más mísero? El nacionalismo sigue siendo un gran constructor de cementerios.
Pero en España no queremos reducir su ascendencia ideológica en pro de nuestro verdadero reto, la construcción europea. No, en España ahora el principal partido de la oposición proclama la nación de naciones, pamplina de pamplinas que, a fuer de repetida muchas veces por los corifeos a sueldo, acabará siendo aceptada como un tópico. Según se desprende, ser nacionalista español ahora consistirá en ser simultáneamente nacionalista catalán, vasco, gallego, canario, etcétera. El etcétera es importante, porque, si España es nación de naciones, ¿cuántas son? ¿Castilla es nación? ¿Aragón es nación? ¿No serán nación los manchegos, o los andaluces?
¿Y Cantabria? Dado que la nación de naciones es la versión publicitaria de reducir la contribución de las regiones más ricas a la caja común (concepto que, dicho de sopetón, parecería poco progresista), ¿no sería conveniente proclamarse nación corocotiana, por lo que pudiera caer en el cesto? Una Cantabria-patria-querida para estar, por lo menos, a la altura de los asturianos, que acaban de reñir al Parlamento Europeo porque no permitió a una eurodiputada de Podemos hablar en pixueto. «Ataque frontal» al pueblo asturiano, clamaba nuestra representante en Estrasburgo; un lugar al que se supone que acudimos a comunicarnos con los demás europeos para hacer algo muy grande juntos. Juncker gana poco para lo que tiene que soportar.
España nación de naciones es Pixuetilandia. Ni siquiera el padre intelectual y político del federalismo, el catalán Francisco Pi i Margall, que llegó a ser fugazmente jefe del estado en la Primera República, dudó nunca de que la única nación era España (y aún quería atraer a Portugal a una federación ibérica). No digamos ya Castelar, otro presidente cometa del mismo régimen, pues don Emilio era republicano unitario y todo esto de los cantones y las separaciones le ponía de los nervios. Lo de «nación de naciones» le hubiera sonado a coro nocturno de ranas.
Puede haber una federación de naciones, una alianza de naciones, o un imperio que tenga en su seno varias naciones. Pero no puede haber nación de naciones, porque el tipo de adhesión ideológico-sentimental que requiere una nación normalmente excluye a cualquier otra. El que se sienta nacionalista vasco no se va a sentir nunca nacionalista de otra nación diferente, ni por debajo ni por arriba de la suya; y el vasco que se siente nacionalista español tampoco va a admitir que para serlo tendría que ser simultáneamente nacionalista vasco en virtud de que es vasco y que lo han decidido un Congreso del PSOE y un becario de Ciencias Políticas.
Por tanto, debo insistir: ¿Cantabria es, o debería, ser nación-ladrillo de la nación-pared, o solo vulgar argamasa juntiva? Ya se ha publicado un Quijote en cántabru (resumido, bien es cierto). Una faena, porque nos han quitado cuatrocientos años después la excusa para no leerlo: no estaba traducido. El lábaro, más reciente y más artificial que el logo de Citroën o Volkswagen, ondea en las fachadas de nuestras instituciones, que, ya que no acumulan éxitos económicos precisamente, al menos acumulan curiosidades. Lo que no sea una nación-ladrillo no va a pintar nada en la nueva y avanzadísima España. El café para todos sube a la planta noble de la cafetería. Pronto habrá lectores del Quijoti que se sentirán incómodos en la barra de la planta baja con su chupito de orujo y su tapita de aceitunas, mientras arriba se brinda con cava y se devoran delicatessen.
En vez de la Europa de los ciudadanos, la España de las naciones. ¿Por qué habríamos de sentirnos superiores a esos Nuer y Dinka que llevan cuatro años a tiros en Sudán del Sur? Así comienza su Constitución: «Agradecidos a Dios Todopoderoso por dar al pueblo de Sudán del Sur la sabiduría y el valor para determinar su destino y futuro por medio de un referéndum libre, transparente y pacífico».
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