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JAVIER MENÉNDEZ LLAMAZARES
Sábado, 24 de junio 2017, 07:48
Hace unos años, el escritor Pablo Martín Sánchez descubriera a un anarquista que se llamaba como él, y que le lanzaría al éxito literario en su primera novela, pero esta homonimia más o menos accidental no se trata ni mucho menos de un caso único. ... Sirvan como ejemplo las dos Marías de la Sierra que vivieron en el siglo pasado. Dos mujeres empeñadas en cambiar el mundo, aunque de formas muy distintas, y cuyos caminos, pese a tener orígenes muy distantes, y defender idearios radicalmente opuestos, acabarían cruzándose en algún punto. Y eso que ni siquiera se llamarían así, al menos durante toda su vida, ninguna de las dos.
Letras y fe
La primera María de la Sierra había nacido en Santander en mayo de 1900, en una familia numerosa, acomodada y conservadora. Tras regresar de la recién perdida colonia de Filipinas, su padre, natural de Secadura, en la Junta de Voto, emprendería una exitosa carrera judicial que de Santander le llevaría a la Audiencia Provincial de Valladolid y más tarde al Tribunal Supremo, en Madrid.
Su hija María, en cambio, preferiría quedarse en Santander y matricularse en la Escuela Normal. Con diecinueve años empieza a colaborar en la prensa local, publicando relatos y artículos de opinión en periódicos como 'La Atalaya', de Pick, y en revistas literarias de corte tradicionalista como 'Santillana'. Hasta tiene un nombre artístico, Flavia Ley, que remite al edicto imperial que concedía la ciudadanía romana a todos los habitantes del imperio.
Santander está entonces en plena ebullición intelectual, y María, atenta a la actualidad y suscrita a diarios nacionales, se cuenta entre las jóvenes que intentan reclamar su espacio en la vida cultural a través de instituciones como el Ateneo. Terminado magisterio, en 1925 es nombrada maestra de la escuela de niñas de San Mamés de Meruelo, y su visión del mundo empieza a cambiar.
En sus relatos y artículos, de corte moralista, empieza a pesar cada vez más una visión religiosa, que será reforzada con la devoción entonces muy extendida al Cristo de Limpias -en 1919 varios testigos que la imagen cobraba vida, pestañeaba y sudaba-. Siguiendo el ejemplo de una familiar, en 1930 ingresaría en la orden de las Adoratrices, inicialmente como maestra seglar, para tomar los votos de forma definitiva en 1935.
Mujer de su tiempo, su papel en la orden será en cierto modo revolucionario, ocupándose de educar a muchachas en riesgo de exclusión.
El historiador José Ramón Saiz Viadero ha rescatado una jugosa conversación con una de estas alumnas, que no paraba de llorar tras ser abandonada por su novio: «-¿Pero tanto valía que lo siente usted así? ¿Qué oficio tenía el chico? -Verá hermana, así como oficio, oficio. Era ladrón».
Su labor en Madrid y Barcelona llegará a oídos de Julián Francisco de las Heras, alcalde de Ceuta, quien la invita a instalarse en la ciudad.
Allí fundará una escuela para obreras a las que enseñaba desde mecanografía y cultura general hasta corte y confección.
Al estallar la guerra, de las Heras es fusilado por los franquistas pero De la Sierra continuará con su obra, significándose en la protección de los más desfavorecidos, en especial los represaliados por el nuevo régimen, que la empezarán a llamar 'Madre María'. En 1948 volverá a Madrid, esta vez para dirigir durante dos décadas su orden religiosa, hasta que una larga enfermedad se llevara en 1968. En ese tiempo, no dejaría de visitar Cantabria, es especial Laredo, ni de escribir, aunque se centrase en los temas religiosos.
Patria
María de la Sierra, la segunda, era secretaria de Trotski en su exilio mexicano, allá por 1940. Era una administrativa eficaz, sobria y atractiva, que huía de la España franquista, y poco podía sospechar el ruso que llevaba meses recopilando información para la KGB de su archienemigo Josef Stalin.
La segunda María se llamaba en realidad África de las Heras y había nacido en Ceuta en 1909. Sobrina del alcalde Julián Francisco, mientras estudiaba en Madrid había cambiado a su marido legionario por los movimientos obreros, llegando a participar en la revolución de 1934 junto a Santiago Carrillo. Cada vez más activa políticamente, en 1936 regresará a Ceuta para tratar de impedir el asesinato de su tío, sin lograrlo.
Tras combatir en Cataluña, a través de Caridad Mercader será reclutada por los soviéticos, comenzando una vida de película: adiestrada en técnicas de espionaje en Rusia, en Noruega se infiltrará entre los trotskistas, para viajar luego a México; saltará en paracaídas a la Francia ocupada para unirse a la resistencia; más tarde, organizará la mayor red de espías de Hispanoamérica.
Nacionalizada soviética, llegará a coronel del Ejército Rojo y terminará su carrera como instructora de nuevos agentes en la KGB. Falleció en 1985 y fue enterrada con honores de héroe nacional.
Su nombre en clave sería 'Patria', aunque durante sus años de doble vida usaría varios nombres falsos.
Pero sorprende que en 1940, mientras preparaba el famoso atentado de Ramón Mercader contra Trotski, escogiera el nombre de aquella monja a la que su tío había llevado hasta Ceuta.
Claro que también ella había cambiado su nombre por el de Sor María del Espíritu Santo Sierra. Ambas representarían dos formas de querer cambiar el mundo. Antagónicas, pero quién sabe si compatibles. Al menos, pudieron compartir nombre.
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