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Dice un poema de Miguel Sánchez Robles: «Otra vez Nochevieja… hostia, ¡otra vez Nochevieja!». El año 2022 ha tocado a su fin y esa percepción humana del transcurso del tiempo surge a partir de la observación de los elementos celestes (el sol, la luna y ... las estrellas). El calendario nos permite ordenar y coordinar esa percepción. Uno de los libros científicos más vendidos de la historia fue el publicado por el astrofísico británico Stephen Hawking en 1988, titulado 'Historia del tiempo'. Nada tienen que ver las teorías cosmológicas que repasa Hawking con la Nochevieja, pero cómo medimos hoy el tiempo es fruto de avatares históricos y dice mucho de nuestra civilización. Aunque el tiempo no es lineal, el calendario es un constructo para ordenar los ciclos de nuestra vida, que además nos sirve para aliviar, con cronología lineal, la angustia que produce su transcurrir.
Han pasado 12 meses y estamos, de nuevo (como todos los años), en esa 'casilla de salida' donde casi cualquier cambio parece posible y un 'reseteo' es planificable. Lo que no se puede medir, no se puede planificar y los calendarios miden nuestras vidas. Así, todos los comienzos de año tienen siempre algo de nuevo y emocionante. Nuevo porque tras cada dígito recién estrenado siempre se esconde la 'posibilidad'; y emocionante porque no hay nada más libre que la posibilidad.
La mayor parte de la Humanidad celebra el comienzo de un nuevo año en estas fechas porque la Navidad es la festividad más celebrada globalmente (160 países la incluyen como festividad en su calendario) y porque, según la tradición cristiana, el nuevo año coincide con las fechas navideñas, marcadas por la supuesta fecha del nacimiento de Cristo. Eso es así según el calendario gregoriano pero, en cambio, el calendario juliano (que aún sigue la Iglesia ortodoxa para sus celebraciones) marca el 7 de enero como presunta fecha del nacimiento de Jesucristo. En el mundo occidentalizado en el que vivimos nos hemos acostumbrado a que todo funcione conforme a nuestros ritmos, pero no siempre fue (ni es) así. Aunque fueron los sumerios y babilonios los primeros que fraccionaron el día en 24 horas y cada hora en 60 minutos, comenzando a medir el tiempo de manera mensual, hoy el mundo se ordena conforme a un 'tempo' que procede de Roma.
Pero hay otros 'ritmos', otras cadencias y otros calendarios que conviven en el planeta con el calendario gregoriano y marcan 'tempos' diferentes a los occidentales. Por ejemplo, con el próximo año nuevo chino (que se celebrará el 22 de enero), el calendario lunisolar chinesco entrará en su año 4721. En ese calendario, los meses comienzan tras cada luna nueva y su origen se remonta al año de coronación del mítico Emperador Amarillo (HuangDi), allá por el año 2698 a.C., que fue –según la leyenda– el momento de la invención de grandes hitos tecnológicos como la rueda, la flecha o la escritura. Algunos chinos contemporáneos no parecen estar del todo convencidos con el calendario globalizado actual (excesivamente occidentalizado) y han propuesto un estándar universal que no sea ni religioso ni terracentrista (tomando los ciclos lunares y solares como referencia). Propuestas astrales aparte, en el planeta conviven, con el chino y el gregoriano, otra buena docena de calendarios tradicionales, en base a los cuales ordenan culturas ancestrales sus festividades y fechas significativas. El persa, por ejemplo, oficial en Irán y Afganistán, es todavía más preciso que el calendario gregoriano y celebrará el año que viene la entrada en su año 1402. Los judíos ortodoxos, en cambio, se rigen por un calendario que comenzó en el año 3760 a.C., (pues, según la tradición hebrea, en ese año se creó el mundo). Por su parte, la tradición hindú emplea un calendario lunisolar, establecido en 1957, que divide el año en seis estaciones. Sin embargo, pese a la coexistencia de diferentes calendarios, todas las culturas, conforme se modernizaban, fueron adoptando el calendario gregoriano para ajustar su vida a la del hegemón occidental. China, por ejemplo, no se acogió al calendario gregoriano hasta 1912, con la abdicación del último emperador tras más de dos milenios de dinastías imperiales.
«Hasta del árbol más alto caen sus hojas a las raíces», reza un proverbio chino significando que, por mucho que uno se aleje, siempre acaba volviendo a su tierra natal. Los chinos, en coherencia con los ritmos solilunares que rigen su calendario, regresan a casa con la segunda luna nueva tras el solsticio de invierno. Apuesto a que persas, budistas, musulmanes, hindús, hebreos, chinos y, en fin, unos y otros, todos (da igual el sistema que empleemos), acabamos regresando a allí de donde partimos cuando toca. Sea cual sea la cifra que marque el almanaque. Eso es el calendario, un constructo que no existe, pues todo cuanto realmente existe está sucediendo aquí. Y es ahora. Feliz nueva vuelta al sol.
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