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Los seres humanos hemos llegado hoy a 8.000 millones de personas, que no en todos los sitios del planeta cuentan con tal consideración en derechos. Un ritmo de crecimiento que tiende a atenuarse por la caída de la natalidad, menos en África, pero que ... continúa sumando gracias a la longevidad. Cuando el continente africano culmine su propia 'transición demográfica' con tasas de fecundidad que revelen índices de libertad de las mujeres, se estima que se estancará el censo mundial en torno a 10.400 millones entre los años 2080 y 2100. El secretario general de ONU, António Guterres, ha recordado que toda esa población está describiendo una realidad muy desigual que puede ir a más. La esperanza de vida en los países más ricos es hasta treinta años superior a la de los más empobrecidos. El 1% más próspero percibe el 20% de los ingresos del mundo. La deuda, la pobreza y el hambre, junto al mayor impacto de la crisis climática, lastran el futuro de los habitantes del hemisferio sur. Desigualdades que afectan especialmente a las niñas y a las mujeres, y a los colectivos discriminados por distintas causas en cada ámbito regional.
La población humana podría continuar aumentando, siempre que sepa corregirse hasta asegurar la sostenibilidad del planeta, rebaje las desigualdades que acompañan a su desarrollo y haga de su paulatino envejecimiento un caudal de posibilidades que se sobrepongan a las patologías crónicas y neurológicas asociadas. También para que las mujeres recuperen espacios de dignidad según avanzan en años, sin claudicar previamente de sus derechos. Formar parte de un colectivo de 8.000 millones de seres humanos nos empequeñece, inevitablemente. Pero al mismo tiempo ha de hacernos más responsables de nuestros actos. El conocimiento consensuado científicamente ha despertado alarmas que ninguna sociedad medianamente informada puede ignorar y mucho menos negar, aunque las inercias del cortoplacismo global tiendan a dilatar la toma de decisiones.
El aumento de la población ha supuesto hasta la fecha pérdidas que no tendrían que seguir dándose a cambio de ganancias momentáneas cuando se vislumbran otras alternativas. Las sociedades más favorecidas tenemos el deber de revertir los peores efectos de esa evolución y de idear una nueva longevidad que sirva de referencia para aquellos lugares que hoy dibujan pirámides mucho más jóvenes. Un futuro de ciudadanos como categoría universal.
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