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Mi tribuna de la pasada semana ('El cáncer de España') vino a cuento de poner blanco sobre negro en por qué España se encuentra en medio de la peor crisis institucional desde 1976: muerte de Franco y con el del sistema que había ... regido el país durante 40 años. 45 años después, España se encuentra en la tesitura de instaurar un nuevo modelo de convivencia con el fin de impedir la muerte del sistema que ha regido desde entonces.
Por lo demás, está crisis no aqueja solamente a España. Estados Unidos, país donde resido, cojea horrorosamente del mismo pie ('Callejón sin salida', publicado el 20 de septiembre); y se puede decir lo propio de la Unión Europea ('Ser (o no ser)', el 27 de septiembre). Estas crisis son achacables, en primer lugar, a la degradación del propio sistema democrático; pero vienen agravadas por factores exógenos como la pandemia y el cambio climático, que producen miedo e inseguridad, y otros endógenos como la globalización y las nuevas tecnologías, que alimentan parecidos sentimientos.
Afortunadamente se ha dejado de hablar de la 'nueva normalidad' como si anteriormente hubiéramos vivido en el paraíso terrenal. La tarea va mucho más allá de recuperar la normalidad, se trata de que el orden político instaurado tras la Segunda Guerra Mundial en los países occidentales ha dejado de rendir los servicios que venía prestando. Sin embargo, la naturaleza de la crisis española es tal que está contraindicado el «borrón y cuenta nueva»; en su lugar, lo más apropiado es el «despacito y con buena letra». Un nuevo proceso constituyente, ya sea centralizador o confederativo por señalar los dos extremos, contribuiría a enconar más el problema. España se dio a sí misma una Constitución que entroniza las comunidades autónomas y es por ahí por donde se debería empezar. Empezar con un buen diagnóstico de cómo se han gestionado las transferencias del Gobierno central durante todos estos años. Diagnóstico que deben hacer los expertos en la materia, es decir funcionarios cualificados libres de las presiones de sus respectivos gobiernos. Este diagnóstico servirá para establecer el tratamiento, que lógicamente pedirá reforzar cada autonomía en determinados aspectos y descongestionarla mediante una mayor intervención del Gobierno central en otros. Lo cual nos lleva al espinoso asunto de la eficacia. Se olvida frecuentemente que la primera y principal función de los gobiernos -central, autonómico, local- es administrar eficientemente las instituciones a su cargo. En lo tocante a la 'cuestión social' la voz cantante debe ser la de la sociedad civil, siendo la función del gobierno subsidiaria, garantizando el respeto de los derechos ciudadanos y asegurándose de que éste cumple sus obligaciones públicas, con la ayuda del poder legislativo y el judicial.
Otro asunto no menos espinoso es la solidaridad. Lo he repetido otras veces, un sistema descentralizado se basa en la solidaridad entre las diferentes comunidades, no en la competencia desleal. Sea cual sea la naturaleza de la federación entre las comunidades que forman este Estado, se han generado para construir un proyecto común y no para tirar cada uno por su lado. Y lo han hecho porque juntas pueden alcanzar objetivos más ambiciosos que por separado.
Más difícil todavía: reducir la corrupción a unos niveles que no desestabilicen el sistema, como hacen en los países razonablemente bien administrados. La corrupción desbocada y a calzón quitado es la principal causante del cáncer que corroe España. Por mucho que parezca haberse hecho, para corregirla, lo cierto es que la corrupción ha sabido siempre ir más aprisa. '¿Quosque tandem?'
Quiero insistir en el paralelismo entre la situación actual y el período de la Transición en los años setenta del siglo pasado, poniendo el énfasis no tanto en la Constitución resultante como en la actitud de los políticos que hicieron posible el resultado. Ese llamado 'espíritu de la Transición' es lo que España necesita resucitar en este momento. Pedro Sánchez acaba de firmar en la ONU un documento de apoyo a la institución donde se afirma que «el camino hacia un futuro mejor (...) pasa por la cooperación, no por la competencia de suma cero». ¿Cómo no se le ha ocurrido empezar por casa? Hasta que los principales partidos políticos, encabezados por PP y PSOE, dejen a un lado las rencillas inútiles y las descalificaciones globales no será posible tomar este toro por los cuernos. Sería esa la mesa de negociación, no anunciada, más importante de todas. Y debería integrar a todas las mesas que se anuncian de modo que el Estado de las autonomías vuelva a ser un instrumento funcional. Aguja de marear la nave del Estado.
Mensaje en la botella: señores del PP y el PSOE, siéntense a hablar en serio de una vez. Si no son capaces de ponerse de acuerdo en una situación tan crítica como la actual «abandonen toda esperanza», que diría el Dante, porque habrán entrado en el infierno.
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