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Cuando, tal día como hoy hace 87 años, mi madre nació, era presidente del Gobierno Manuel Azaña Díaz. Aquel gabinete de republicanos de izquierda y socialistas estaba ya muy tocado ante la opinión pública, pues todo lo que le sobraba a Azaña de orador eximio ... le faltaba de gestor prudente. Tenía de ministro de la reforma agraria a Marcelino Domingo, de quien el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, escribió que podía diferenciar «el trigo de la encina, pero ya con dificultad el uno del maíz y la otra del algarrobo». En otoño de ese año el centro y la derecha barrieron en las primeras elecciones donde pudo votar la mujer. Derecho que se materializó gracias a los esfuerzos de la abogada liberal Clara Campoamor (que paradójicamente no salió elegida, porque los españoles somos así de agradecidos con nuestros benefactores), y en contra de los progresistas que no querían el voto femenino porque creían que lo dominarían los curas desde las casas parroquiales, lo mismo que ellos el masculino desde las casas sindicales.

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