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Cuando, tal día como hoy hace 87 años, mi madre nació, era presidente del Gobierno Manuel Azaña Díaz. Aquel gabinete de republicanos de izquierda y socialistas estaba ya muy tocado ante la opinión pública, pues todo lo que le sobraba a Azaña de orador eximio ... le faltaba de gestor prudente. Tenía de ministro de la reforma agraria a Marcelino Domingo, de quien el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, escribió que podía diferenciar «el trigo de la encina, pero ya con dificultad el uno del maíz y la otra del algarrobo». En otoño de ese año el centro y la derecha barrieron en las primeras elecciones donde pudo votar la mujer. Derecho que se materializó gracias a los esfuerzos de la abogada liberal Clara Campoamor (que paradójicamente no salió elegida, porque los españoles somos así de agradecidos con nuestros benefactores), y en contra de los progresistas que no querían el voto femenino porque creían que lo dominarían los curas desde las casas parroquiales, lo mismo que ellos el masculino desde las casas sindicales.
Pero en realidad mi madre no podría ejercer ese derecho en libertad hasta medio siglo después, en las generales de junio de 1977 para Cortes Constituyentes. La posguerra, marcada por una ideología ultraconservadora, situó a las mujeres españolas en una posición legal subordinada. Además, los daños de la contienda y el largo aislamiento posterior de España crearon una carencia de recursos, y en esa carencia solo podían recibir educación secundaria y aun superior las personas acomodadas o, si había que elegir, los niños con preferencia a las niñas. No fue por falta de capacidad por lo que muchas cántabras hubieron de dedicarse a la economía doméstica o a trabajos penosos en servicios, sino por discriminación y falta de oportunidades. Es una historia que toda familia conoce.
La posguerra, pues, cercenó el potencial vital de muchas cántabras, las que ahora cuentan de unos 70 años para arriba. Pero hoy la pregunta es si la pospolítica, es decir, esto de no afrontar los problemas sociales con programas de transformación, sino limitarse a generar clientelas, burocracia y un atolondramiento de comunicaciones, puede estar también restando oportunidades a sus nietas. Sí, esas 'ninis' que aparecen en la última EPA solo con la secundaria obligatoria, o entre las universitarias desempleadas y subempleadas, o más aún: las que ya se han marchado y por tanto están en otra EPA, incluso la de Australia, pero no en la nuestra.
Comparar el PIB por habitante de Cantabria con el de Castilla y León no es agradable (nos han superado en este siglo consistentemente), pero además resulta engañoso, pues aquella es región de muchas provincias, y nosotros de una sola. Comparemos la economía por provincias. El PIB per cápita cántabro es inferior al de Palencia, Valladolid, Burgos y Soria. Algún año, también al de Segovia. Si hacemos un mapa conjunto con las tres primeras, nosotros seríamos la provincia más discreta de las cuatro. Si no tenemos esa impresión, es por el efecto de imagen que causan Santander y las villas turísticas. Pero es lo que afirma el INE. No basta, pues, con la igualdad legal y educativa si la región no ofrece oportunidades de vida. ¿Deberán sufrir no pocas de estas nietas en la sociedad de la abundancia lo que sus abuelas en la de la escasez? Queremos creer que no, pero creeríamos más si viésemos que alguien se ocupa más.
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