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Según Manuel Alcántara, un genio nunca lo es a tiempo completo. El escritor malagueño, cuya columna en los periódicos era una lección literaria diaria, coleccionaba búhos, tecleaba con dos dedos en una Olivetti blanca y dictó el primer mandamiento de cualquier articulista: «No aburrir ni ... a Dios sobre todas las cosas». Alcántara, a quien José Luis Garci llamaba el campeón mundial del artículo corto, hizo que durante muchos años iniciara yo la lectura de El Diario por la última página. El maestro se murió porque «tengo ya edad de esquela», y no sé si en su vida de hoy, que no es esta sino la otra, mantiene su petición al hablar por soleares de la resurrección de la carne: «Cuando termine la muerte, / si dicen ¡a levantarse!, / a mí que no me despierten». Como a muchos intelectuales, le apasionaba el deporte y rivalizaba en sus comentarios con otra leyenda, Fernando Vadillo. Era una época en la que los poetas hacían crónicas de boxeo.
Wenceslao Fernández Flórez, gallego de La Coruña, apenas recordado hoy, fue un periodista y escritor dotado de tan fina ironía que inventó el vicegol, la acción deportiva que se produce cuando el balón golpea en el poste. El autor de 'Relato inmoral', 'Volvoreta', 'El malvado Carabel' y 'El bosque animado', su obra maestra, compartió con Concha Espina el Premio Nacional de Literatura de 1926. Fue uno de los grandes humoristas del siglo, artista de la retranca y fustigador de políticos de cualquier tendencia, y sostenía firmemente que un cretino no lo es todas las horas porque, siquiera de forma involuntaria y breve, debe surgir al menos un momento de lucidez. Fernández Flórez sustituyó a Azorín como cronista parlamentario de ABC, y comparaba el trabajo en la Academia Española de la Lengua, de la que fue miembro, con el de un lapidario. Todo un elogio.
Es probable que ambos tengan razón. Sin embargo, Emilia Pardo Bazán, también gallega y también semiolvidada, de paralelismos claros con Concha Espina en la literatura y en la vida, opinaba que quien es inteligente es capaz de comportarse como un cretino, pero veía imposible lo contrario. Preterida por mujer, la autora de 'Insolación' y 'Los pazos de Ulloa', buena amiga del naturalista cántabro Augusto González de Linares, se llegó una vez hasta esta tierra nuestra para tomar las aguas en el balneario de Ontaneda y visitar en la capital a Benito Pérez Galdós, con quien mantenía encuentros amorosos y al que llamaba Yolito. Doña Emilia, que era de La Coruña, escribió en 'Por la España pintoresca' que Santander, donde Pérez Galdós pasaba los veranos, «se parece a mi pueblo», lo que continúa siendo cierto. Tres opiniones sobre el talento y la estupidez de tres periodistas distantes y distintos, unidos por ese primer mandamiento creado por don Manuel Alcántara.
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