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Hoy debo hablar sobre un aspecto de nuestra baja humanidad que no me satisface, pero que es imprescindible abordar, sobre todo tras leer las conclusiones del estudio de la Fundación Anar, presentadas por su Director de Programas, el Sr. Benjamín Ballesteros. El estudio (6.183 ... casos de abusos sexuales a menores detectados entre los años 2008 y 2019) concluye que las agresiones, a chicos y chicas, se han cuadruplicado en los once años del rango temporal del trabajo. ¡Esto es una barbaridad! Es una impunidad que además de la ley penal debe sentir el acoso del resto de la sociedad hacia estos cobardes abusadores. El perfil tipo de estos miserables (el 60%) es el de un hombre adulto, familiar o amigo de la familia, que actúa solo y que comete los abusos en casa del menor o en su propia casa y el mayor monstruo, en uno de cada tres casos, es el padre biológico. Además, en el 28% de los casos los abusos se repiten con otros menores del mismo entorno social o familiar.
Y, ¿quiénes son las víctimas? ¿Quiénes son las tristes protagonistas de este relato? En su gran mayoría son chicas adolescentes de entre 13 y 17 años y que en el 69% de los casos sufre abusos reiterados. La otra víctima mayoritaria se corresponde con menores de 12 años y que en el 54% de los casos son chicos.
Hoy, lamentablemente, la tecnología ha propiciado otro tipo de abusos como el ciberabuso, el grooming (ciberpederasta) y el sexting (la difusión de imágenes de la víctima, en las redes, sin su permiso). También los ataques grupales y brutales; esas manadas de bestias testosterónicas que en 2018 supusieron uno de cada 10 actos de abuso. ¡Qué valientes los fuertes y muchos contra la voluntad de una y débil! Son cobardes en masa.
Lo peor del informe y de la vida misma, cuando se trata de los padecimientos que nos imponen otros, es que sólo el 10% de los casos acaba en denuncia; el qué dirán, la vergüenza, las amenazas, incluso la culpa (madre mía), etc. Más aún cuando toda la vergüenza ha de recaer en los agresores y nunca en las víctimas. Cuando un fuerte (por su físico, su autoridad o su preeminencia) somete a un débil en ignorancia, edad, conocimiento o valor, sea cual sea el tipo de abuso, se convierte en un acto criminal, que debe condenarse del modo más efectivo posible. Pero, cuando se trata del abuso sexual hacia un menor, no hay perdón posible, sea cual sea la causa que lo ha propiciado y la única persona que puede perdonar, para olvidar y redimirse del abuso, es la víctima. Ella tiene de su lado el Derecho y su derecho a superar, sin traumas, todo lo sufrido.
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