Aceleremos

Hace tiempo me fijé que al adelantar a un coche de alta gama se le encendía una pequeña luz en el espejo retrovisor del conductor justo cuando me estaba acercando. En ese momento, el conductor se dio cuenta de que en su ángulo ciego había ... un coche –el mío–, y por tanto, la diminuta luz evitó un posible choque o simplemente un susto. Lo primero que pensé fue que ojalá todos los coches tuvieran ese piloto automático para avisarnos de lo que queda fuera de nuestra visión, y ya puestos a pedir, que además de nuestros coches lo tuvieran nuestras cabezas, porque no hay nada más inquietante que ser conscientes de lo que no sabemos. La ambición por estar enterados nos lleva a vivir inmersos en una realidad traslúcida, en busca de una visión panorámica en la que sentir que vemos todo, que accedemos a todo y que, por tanto, nada nos puede coger desprevenidos. Sin embargo, no es así. Abro el periódico y pienso en lo que nos perdemos cuando enfocamos una realidad para contar lo que pasa y desentrañar lo que sucede; abro las redes sociales y busco en la aglomeración el sentido del goteo de alertas y mensajes y anuncios. Y siempre nos falta algo por saber. Pero cuando en mitad de ese exceso de información se enciende una luz que nos advierte de nuestro ángulo ciego, siento que deberíamos acelerar, a pesar de tanto, sobre todo cuando esa luz nos está advirtiendo de lo fundamental que no sabemos: según la revista científica PNAS, un análisis de sangre puede detectar hasta 14 tipos de cáncer en fases tempranas, ¿podríamos evitar el choque o al menos un susto? Últimamente veo cada vez más retrovisores con esa luz y ya no son coches de alta gama: tenemos derecho a seguir sabiendo, a seguir avanzando en el conocimiento de lo que no vemos venir para prevenirlo. Así que aceleremos.