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El periodista José Estrañi y Grau llegó a Santander en 1877 y falleció aquí a finales de diciembre de 1919. Pronto hará un siglo, pues. Sus funerales, presididos por las autoridades locales, fueron una manifestación de duelo popular. A la semana siguiente murió ... en Madrid su gran amigo, residente de muchas temporadas en la santanderina finca de San Quintín, Benito Pérez Galdós. La vida profesional de Estrañi, hasta 1895 como redactor-jefe del diario republicano federal 'La Voz Montañesa' y después como director-copropietario de 'El Cantábrico', concebido como periódico independiente 'a la moderna', es decir, centrado no en la pugna ideológica sino en «el transporte de las noticias», coincide con bastante exactitud con el periodo de la Restauración.
Si queremos aprovechar el centenario no sólo para cumplir un deber de memoria hacia este periodista ingenioso y dramaturgo que no careció de fama, sino también para reflexionar sobre el devenir de nuestra sociedad, creo que un buen encabezamiento es 'La aceptación del adversario', título de un magnífico libro de mi maestro en historia contemporánea, el catedrático Carlos Dardé, sobre el periodo 1875-1900. La vida de Estrañi puede interpretarse, si adoptamos esta perspectiva, como un testimonio de la dificultad del español para aceptar y ser aceptado en política. Sostenía el intelectual socialista Luis Araquistáin que nuestro problema para actuar en concordia por el interés común tenía remotas raíces ibéricas; nuestras guerras civiles tenían por causa la pervivencia de un pugnaz espíritu prehistórico. ¿Será cierto?
El nombre de 'Restauración' es engañoso. El reinado de Isabel II, un insatisfactorio liberalismo moderado, había terminado con la Revolución 'Gloriosa' de 1868, el reinado de Amadeo I y, finalmente, una República que con inesperada celeridad trajo, en vez de la democracia, la anarquía, y que fue reconducida por el Ejército. El pronunciamiento del general Martínez Campos aceleró la proclamación de Alfonso XII a finales de 1874. Pero no se restauró a la reina madre, ni la Constitución de 1876 dio papel especial a la fuerza armada: precisamente se trataba de poner fin a tantos levantamientos militares. Por otro lado, la anarquía había mostrado que el país no estaba preparado para asumir un régimen como el francés o el inglés. Pero tampoco hubo 'restauración' del sistema de exclusiones, sino un esfuerzo para integrar tendencias, incluso a los republicanos pragmáticos.
Se restauró la dinastía borbónica, pero se 'instauró' otra cultura política diferente. Estrañi refleja la complejidad del fenómeno. Por un lado, mantuvo buenas relaciones con intelectuales conservadores, como José María de Pereda (que le felicitó en Madrid por una obra de teatro) o Menéndez Pelayo (quien siendo director de la Biblioteca Nacional le pidió una colección de 'El Cantábrico'). En la edición de su autobiografía que José Ramón Saiz Viadero prologó y anotó para la Asociación de la Prensa (cuyo primer presidente fue precisamente Estrañi en 1914), se narra su encuentro con Antonio Maura en una fiesta organizada por el marqués de Hazas en Ontaneda con motivo de la visita del jefe liberal, Sagasta. Estrañi pidió que alguien le presentase al líder conservador, quien respondió: «Usted no necesita que le presenten. Leo todas las mañanas su 'Pacotilla'». Luego escribiría Estrañi: «De don Antonio / por su vasto talento / soy muy devoto».
Por otro lado, experimentó la tosca reacción de las autoridades eclesiásticas y gubernativas ante su humor anticlerical o de crítica social. De hecho, vino a Santander desterrado por el ministro de Gobernación, Romero Robledo, como sanción por un artículo. Aquí padeció varias respuestas excesivas del obispado a sus humoradas. Estrañi no era ateo, aunque sí anticlerical. Una denuncia episcopal le valió en 1887 una sentencia de cárcel, que le obligó a ocultarse «en el Infierno», desde donde enviaba sus textos. Fue el liberal demócrata José Canalejas quien, añadiendo cuatro palabras a un indulto general por delitos de prensa, incluyó a Estrañi en esta medida de gracia en 1889. Así que el periodista tuvo que ingresar en la cárcel… para poder ser excarcelado. Su salida de prisión se convirtió en una céntrica romería.
Estrañi había sido afecto al gran ideólogo republicano federal Pi y Margall. Sin embargo, en la estación ferroviaria de Renedo de Piélagos le dijo a Sagasta: «Don Práxedes; yo soy republicano, pero como hoy por hoy no me es dable traer la República, ¡arriba usted y abajo Cánovas!». Este pragmatismo se extendió al proyecto de atraer al joven rey Alfonso XIII a La Magdalena durante los veranos. El republicanismo no impidió a Estrañi reconocer lo importante que sería para la ciudad contar con el monarca y su séquito, y apoyar la iniciativa. Es justo, pues, que su monumento, erigido en agosto de 1932 a pesar de que José María de Cossío se opuso al reconocimiento, se ubique precisamente en la avenida 'de la Reina Victoria'.
El fracaso de la Restauración/ Instauración, que ya empezaba a ser patente en 1919 y que se definió cuando el Rey permitió en 1923 justo lo que la Constitución quería impedir, una dictadura militar, supuso la quiebra del principio de aceptación del adversario. La dictadura no arraigó. A Alfonso le costó el trono. Pero la Segunda República tampoco fue de aceptación: su débil centro, eso que luego se ha catalogado como la 'tercera España', fracasó frente a los radicalismos ideológicos que buscaban suprimir al adversario. Treinta años después de la muerte de Estrañi falleció en el exilio el hombre que había inaugurado su monumento, Niceto Alcalá-Zamora, hombre clave en la caída de Alfonso XIII junto con un hijo, Miguel, de aquel Maura lector del pacotillero. Durante la vida de Estrañi a veces pareció que el convivir no sería considerado infierno, sino civilidad. Los sacerdotes no tuvieron ningún problema en rezar un responso cuando el féretro del periodista alcanzó la plaza de Numancia. Por otro lado, en aquel abrazo en Renedo con Sagasta estaba el equívoco mensaje de «ser liberal por defecto», actitud evolutiva pero frágil. La resignación no es mejor fundadora que la utopía, y ambas resultan imprudentes.
Al llegar a Santander en enero de 1877, Estrañi subió Vía Cornelia para pasar una noche insomne de viento sur. Cuatro décadas después, amante de la ciudad, decía que no pensaba abandonarla hasta que Romero Robledo le levantara el destierro. El ex ministro había fallecido diez años antes.
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Ana del Castillo
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