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Uno de los dioses más potentes de nuestra sociedad y cultura es el bienestar emocional, el emotivismo. Un acto es bueno si lo «siento bueno», es malo si lo «siento malo». La moralidad de las acciones se cifra en la emoción que despiertan. El ... emotivismo se transmite en la actualidad por el sistema educativo, que no educa los afectos y, por la imposición de una falsa idea de autonomía, que deja a la persona encerrada en sus emociones cómo único criterio de vida.
José Carlos Ruiz (Córdoba, 1975), filósofo y profesor, sostiene que del consumismo material hemos pasado al consumismo de emociones: esto lleva a coleccionar experiencias. Y hemos llegado en muchos casos a la adicción a las emociones, lo que pudiéramos llamar la drogodependencia emocional. Cuando nos faltan las emociones, experimentamos el síndrome de abstinencia emocional que nos conduce a la dispersión.
Si queremos liberarnos de la dispersión, hemos de analizar las circunstancias en que vivimos. Hoy convivimos con circunstancias reales y virtuales. De tal manera que las circunstancias virtuales pueden llegar a equipararse a las circunstancias reales. Por eso se necesita cultivar el pensamiento crítico para distinguir lo real de lo virtual. El narcisismo consiste en enamorarse de sí mismo. Narciso que vive en un mundo virtual, pudiéramos decir, cuando ve su imagen reflejada en el agua se lanza a abrazarla y se ahoga. El adolescente, el joven de hoy se enamora de su imagen en las redes y puede llegar a destruirse a sí mismo. Se nos dice: «Eres el único en el mundo» (narcisismo digital) y el 'infierno de lo igual' (Byung Chul Han) se presenta como una fosa de la que te invitan a salir pero no puedes. Y entonces cunde el desánimo.
El pensamiento crítico es vacuna contra el desánimo y los agobios postmodernos. No acudamos a los libros de autoayuda que no nos sacan de nosotros mismos. Para comprender lo que entendemos por 'pensamiento crítico' acudamos a la famosa expresión de Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia». Mis circunstancias no las he elegido, pero me configuran. Por eso es necesario tener conciencia de las circunstancias de cada uno y, sobre todo, saber interpretar su contexto. Porque unas cosas dependen de mí y otras no. Dependen de mí mis opiniones, mis aspiraciones, mis limitaciones. Por eso hay que cuidarlas. En cambio no dependen de mí las opiniones que tienen los demás de mí, los afectos de los demás hacia mí, los logros de los demás. Por eso, no hay que darlos demasiada importancia.
Una persona feliz y madura se siente emocionalmente bien, está contenta consigo misma. Bajo el presupuesto de que el cristianismo nos promete la plenitud personal -cosa que es cierta- hemos extraído la conclusión de que nos ha de llevar hacia el bienestar emocional. Para que la emotividad que caracteriza al hombre actual se convierta en madurez afectiva cristiana hemos de educar sus deseos desde la luz del amor. Enseña el papa Francisco: «La educación de la emotividad y del instinto es necesaria, y para ello a veces es indispensable ponerse algún límite. El exceso, el descontrol, la obsesión por un solo tipo de placeres, terminan por debilitar y enfermar al placer mismo, y dañan la vida de la familia. De verdad se puede hacer un hermoso camino con las pasiones, lo cual significa orientarlas cada vez más en un proyecto de autodonación y de plena realización de sí mismo, que enriquece las relaciones interpersonales en el seno familiar. No implica renunciar a instantes de intenso gozo, sino asumirlos como entretejidos con otros momentos de entrega generosa, de espera paciente, de cansancio inevitable, de esfuerzo por un ideal. La vida en familia es todo eso y merece ser vivida entera» (Amoris laetitia 148).
No cabe duda de que en nuestra sociedad masificada necesitamos un ámbito de relaciones personales cercanas y que la comunidad cristiana está llamada a cultivarlas decisivamente. También es cierto que lo afectivo es un componente fundamental de toda persona humana. El problema radica en la reducción de la fe a sentimientos. Porque uno de los elementos clave de la fe cristiana, sin el que queda desnaturalizada o muy difusa, es la objetividad de su mensaje. Por ejemplo, desde la fe cristiana creemos que la verdad más profunda del hombre se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (cf GS 22) y que la verdad objetiva del sentido de la vida de Jesús refleja la verdad última de la vida humana.
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