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Después del riguroso confinamiento, en el que la totalidad de las familias aprendimos una nueva forma de vida, de relacionarnos, de estar los unos con los otros, lo que nos permitió entre otras cosas conocernos mejor. Al ser levantado o suspendido pudimos saborear ... nuevamente la calle, la libertad, el ambiente callejero, la enorme riqueza de la naturaleza, la compañía de familiares y amigos, el movimiento social y comunitario, con la posibilidad de desplazarnos sin límite alguno. En definitiva, comenzar nuevamente a gozar de la forma de vida que veníamos realizando, aunque con algún importante recorte. Toda esta nueva explosión de vida ha traído como mochila la presencia lenta del recrudecimiento de la pandemia, mediante la aparición de brotes que picotean por todos los lugares de nuestra geografía, de tal forma que, en el momento de escribir este artículo, España se sitúa en la cabeza en número de casos, 173,4 por cien mil, con una letalidad no tan intensa como en la primera ola de 0,3 por cien mil.
No solo no nos ha abandonado el virus, sino que siempre que se le permite se hace presente con todos sus malignos efectos, todos ellos de enorme gravedad. Por esto, la necesidad de seguir observando exquisitamente las normas que las autoridades han definido como esenciales, aunque para algunos suene de molestia criticable. Se trata del fundamento de la limitación de los contagios, y para ello es necesario el respeto al otro, a los demás, que son los padres, abuelos, demás familiares y sociedad en general.
De aquí que nuestra actitud ha de ser siempre responsable y respetuosa. Convivimos, es decir, compartimos todo con los demás, y esto nos exige ese ejemplo de buen hacer, de disciplina, de rigor y de orden. Es el único camino fluido, viable y además positivo, el camino de la participación, el de la colaboración con los demás, el del respeto, el de la aceptación de los límites impuestos por las autoridades, el del civismo. Esta actitud de responsabilidad compartida, va a suponer un eficaz entrenamiento para el tsunami que se acerca, que viene caminando peligrosamente, y que supondrá una explosión brusca de vidas humanas, de continuos y masivos movimientos de vehículos y personas, de inquietud general de padres, hijos, abuelos y demás familiares, de encuentros y desencuentros de grupos, de contactos permanentes de personas de todas las edades, difíciles de ordenar, de nuevas formas de relaciones personales y sociales, y todo ello alrededor de la vuelta de los diferentes alumnos a su vida normal de estudiantes.
Desde los casi recién nacidos, guarderías y primera infancia, hasta todos aquellos que se sitúan en los diferentes grados o programas de doctorado, son más de 100.000 personas las que comenzarán a tener presencia entre nosotros, y para los que yo sepa no se ha dado un plan o protocolo de actuación en general. Pensemos en los niños de guardería o primera infancia, en los viajes matutinos de los padres en dirección al domicilio de los abuelos, para que estos en su momento les acerquen al colegio, o viceversa, el viaje que diariamente realizan los abuelos en busca de los nietos para acercarlos a su colegio. En este medio no es extraño que surja cualquier irregularidad, incluso habiendo previamente diseñado todos los caminos.
De igual forma podremos proceder con los mayores, los que pueden cargar con algún tipo de responsabilidad: padres madrugadores preparando a toda prisa los desayunos y los viajes matutinos en coche, especialmente las madres, con su posterior encuentro del café para compartir novedades. Y en la otra dirección, quién recepciona a los niños, en qué lugar físico del colegio, cuál ha de ser el contacto con compañeros y profesores, cómo comparten antes de entrar en la clase -distancias, mascarillas, higiene de manos-, cómo van al baño, quién les acompaña, y cuando se acerca la hora del recreo, qué hacen y cómo lo hacen, porque ante todo, el ocio y su cultivo es vital, como vital es su contacto social, es lo que les permite progresar como personas.
En cuanto a los mayores, obviamente interiorizarán las normas que se les dé, pero existen las referidas a la recepción, al contacto y la estancia en clase, a las relaciones en esta, y al disfrute del ocio. Y el estudio en las bibliotecas, creadas ya desde el principio de los tiempos, que responde a necesidades pedagógicas y de socialización. Los jóvenes estudian, comparan con los compañeros, adquieren compromisos de amistad, y eso les da seguridad en el enfrentamiento al curso, no se les puede negar. No obstante, han de darse unas normas que lo permitan sin que se observe peligro alguno.
Y con los de formación profesional, además de todos los pormenores comentados, se suscita uno nuevo con el que hay que tener especial cuidado, hacen prácticas en empresas, pisan ambientes ajenos, conviven con personas no específicas del cole, de aquí que su pulcritud en el trato, en la relación, tenga que ser más que exquisita. Esta situación singular hay que tenerla en cuenta. Y si un profesor se contagia, o es sospechoso de contagio, qué hacer, lo mismo para un alumno. Hay que disponer de un itinerario en el que encontremos todas las respuestas posibles a los diferentes problemas que pueden surgir.
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