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Mi contacto con personas de otros países o emigrantes es, además de frecuente, rico en contenido, tanto por mi profesión, como por algunas actividades ... que mantengo ajenas a ella pero siempre cercanas al mensaje de esperanza, que generalmente manifiestan con una actitud ejemplar.
Todos, o casi todos, tienen un punto de partida penoso, triste o incluso dramático. Pueden relatar un nacimiento desde la inmersión en una pobreza extrema, en el que la subsistencia es un milagro, o un ambiente en el que la inseguridad les exige una vida recatada, solitaria, angustiosa, cicatera y repleta de miedo, hasta el acoso, violentación y amenazas. Y pueden, incluso, llegar a una lenta o brusca destrucción de la familia, enseres y patrimonio. Cuántas familias han sido barridas o exterminadas. Pero al compartir con ellos momentos de cierta intimidad, en los que se muestran en confianza y cercanos, ninguno trae al presente situación penosa alguna, no existe el drama, no hay ni problemas, no se apunta nada negativo. Hay en su lugar esperanza, deseos de lucha, de empuje, de participación, de inquietud por la vida, de solidaridad y, especialmente, de amor y generosidad.
Cuando después de haber mantenido alguna reunión con ellos y de haber comentado, cuestionado, discutido, compartido, opinado de casi todo, llego a mi casa, jamás he llegado apesadumbrado, entristecido o apenado por algún mensaje. Nunca me ha invadido un sentimiento de desesperanza, de frustración, de temor o de miedo. Jamás. Todo ha discurrido con normalidad, con serenidad, pero impregnado de una amabilidad especial y de un ramillete de expectativas positivas, especialmente de esperanza.
Es casi increíble, como si dispusieran de un carácter especial, como si vinieran de otro planeta, el dramatismo y la queja no existen o, si existen, están atomizadas, reprimidas. Ponen en su lugar la apuesta por la vida, la inmensa e inagotable capacidad por vivir, el enorme cariño a los suyos y a todo lo que les rodea. Viven inmersos en el disfrute de las más pequeñas cosas y su ambición es vivir, estar entre nosotros y con ello, aceptan la vida tal cual es, la aman y la disfrutan. Junto a esto, y como contraste, como todo individuo social normal, cuento con amistades, conocidos, compañeros, familia, con los que disfruto, entre otras cosas, comentando la actualidad, siempre llena de acontecimientos de todo tipo. Se da la circunstancia de que el tono común de todos, salvo ciertas excepciones, es de queja, esencialmente negativas y pesimistas.
Se podrían elegir muchos temas para evidenciarlo. Accidentes de carretera: por malas comunicaciones, abandono de mantenimiento, escasez de señales, etc. Vivienda: carencia de viviendas sociales, descuido de fachadas, derribos etc. Pensiones: muy bajas en términos generales, con un correlato con años de trabajo cuestionado, con incierto futuro...
Juventud: anárquica, irresponsable, incívica, etc. Educación: indisciplina de los jóvenes, desorden, irresponsabilidad, falta de aprovechamiento, etc. Universidades: mal aprovechamiento, formando jóvenes para el paro, o para trabajar para otros países, obsoletas, etc. Formación Profesional: mal planificada, falta de correlato con las necesidades de las empresas, prácticas limitadas, etc. La mujer: degradada, marginada, segregada, etc.
Estos relatos tan diversos contrastan en principio con la situación social y el bienestar de los colectivos citados. Uno empobrecido, instalado en la miseria y la destrucción, y el otro en la opulencia de la abundancia, en la riqueza y bienestar. El migrante, que instalado en la desgracia, en la negación de todo, incluso en el exterminio, cuando alcanza una tabla que le ofrece cierta seguridad, el cambio es tan brutal y trascendente, que la esperanza neutraliza todo tipo de déficit, por grande que este sea.
En cuanto a las quejas expresadas desde la cultura de la opulencia, en mi criterio tienen más difícil explicación. El individuo desea algo, lo consigue, se satisface, pero de inmediato se suscita una nueva necesidad que le dinamiza, que le exige y, en consecuencia, pone todo su esfuerzo en su consecución, para una vez conseguida, repetirse el bucle.
Por otra parte, han sido muchos siglos los vividos bajo la presión. Toda la Edad Media hemos sido animales de carga. Nobleza y clero, junto con el rey, movían todos los hilos del poder; el individuo era un esclavo sin capacidad para erguirse. La represión era total. Tiene que llegar Descartes, con el racionalismo, para que la razón se imponga a la religión. Locke, padre de la Ilustración y del liberalismo defiende que la soberanía emana del pueblo. Voltaire criticó la influencia de la religión. Montesquieu, defendió la división de poderes y Rousseau, la soberanía del pueblo. Se imprimió la enciclopedia por Diderot y D'Alambert, en la que participaron entre otros, Voltear, Montesquieu, Rousseau...
La pregunta es, ¿nos quedará como secuela alguna frustración?
Para terminar nos podemos preguntar, ¿a quién beneficia esta queja, quien la crea y alimenta? ¿En publicidad la esencia es lo de menos, lo principal es la envoltura? ¿Estaremos bien, pero nuestra envoltura será engañosa?
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