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Uno. Las imágenes que emitió la TV me produjeron malestar. Una chica, de unos 13 años, pegaba a otra, mientras que sus compañeras jaleaban a la agresora. El nivel de violencia era terrible. La agredida apenas se defendía; en el suelo, solo trataba de ... protegerse de las patadas y golpes. Imagino que alguna de las espectadoras grabó la escena con su móvil y lo subió a una red social. En otro reportaje se informó de que la víctima fue objeto de acoso durante meses y que en las redes sociales le insultaban y amenazaban.
Me surgieron los siguientes interrogantes: ¿Qué fue de la agredida? ¿Y de la agresora? ¿Y de las cómplices y espectadoras? ¿Cómo actuaron las autoridades y los padres? En segundo término, ¿por qué y cómo empezó el acoso, la espiral de la agresión?
Dos. En la escuela, en el colegio, se les llamaba 'abusones'. En esa época, hace más de 50 años, se consideraba normal que hubiese niños que agredían a los más débiles. Los abusones se burlaban e insultaban a los diferentes (cuatro ojos, chona, jirafa, subnormal, empollón...), maltrataban a los débiles; en ocasiones les robaban la merienda, el balón o algún objeto; en ocasiones les pegaban. Y no pasaba nada: los adultos miraban para otro lado, los otros niños observaban indiferentes y los agredidos llevaban en silencio la humillación.
Tampoco era extraño que algunos profesores, religiosos y seglares, maltratasen a los niños. Algunos pegaban, otros humillaban. Y también se veía como algo normal.
Un día ocurrió algo distinto. A mitad de curso se incorporó un profesor, tenía cierta edad y se pudo observar que carecía de experiencia. Al poco tiempo un grupo de alumnos comenzó a reírse de él. Le reventaban la clase, le maltrataban. El conjunto de la clase seguimos el juego de los líderes revoltosos. La dirección del colegio no hizo nada. En pocos días el profesor desapareció. Han transcurrido muchos años y sigo pensando en el sufrimiento de aquel profesor, en la crueldad de algunos de mis compañeros y en la indiferencia cómplice de los demás, yo entre ellos.
Tres. En situaciones muy diversas he visto abusones, he visto maltrato. En la carretera hay matones que acosan con el coche; y también en la calle, en los bares... En una comunidad de vecinos, un propietario se dedicó a meterse con todos; su nivel de agresividad y de ruptura de la convivencia fue tan significativo que se puso una denuncia. ¿Qué hizo el señor juez?, nada; por supuesto, el salvaje se creció. En una organización pública un trabajador pidió la baja por depresión; su jefa le hostigaba, le incordiaba. Sus compañeros permanecieron impasibles.
Cuatro. En el ámbito educativo se desarrollan seminarios sobre el acoso. Se pretende que ningún niño ni adolescente sea acosado, maltratado o marginado por su condición física, por su orientación sexual, por su raza, origen étnico o cultural, o por cualquier singularidad. Los mensajes son rotundos: no se debe maltratar a nadie, no se debe discriminar. Es muy relevante el 'Programa TEI' contra la violencia y el acoso escolar que se desarrolla en muchos centros escolares desde el año 2002. Se trata de un programa «de convivencia institucional que implica a toda la comunidad educativa; se orienta a mejorar la integración escolar y trabajar por una escuela inclusiva y no violenta». Uno de sus rasgos es que los alumnos mayores son tutores de los más pequeños (entre otros centros de toda España, se desarrolla la experiencia en el colegio Las Esclavas de Santander).
Estas iniciativas deben aplaudirse. Pero, ¿qué pasa con el acoso al docente, y al trabajador, y al vecino del 3°, y al ciudadano que no conocemos? Y me surge otra pregunta: ¿no hay demasiados espectadores indiferentes?
Cinco. La violencia y el maltrato al débil se encuentran en los más antiguos relatos históricos. En la literatura y en el cine la opresión y el agravio son temas recurrentes. Y también es permanente el mito, la esperanza, el anhelo, de la llegada de un héroe, de un mesías, que hace frente a los opresores, que libera a los débiles y establece una sociedad donde reina la armonía, la paz y la libertad.
El comportamiento agresivo y los diversos tipos de violencia han sido estudiados por la filosofía, por las ciencias sociales y por la neurobiología. De los muchos análisis me interesa ahora la conclusión de Rojas Marcos: «Todos nacemos con el potencial para ser violentos. Pero también nacemos con la capacidad para la compasión, la generosidad y la empatía».
Concluyo. Todos debemos:
-Denunciar la opresión y hacer que cesen todo tipo de maltratos.
-Solidarizarnos con la víctima de forma activa (pasar de las palabras a los hechos).
-Ayudar al agresor para que modifique su actitud y su comportamiento.
-Es preciso una intervención social global: extender, en todos los ámbitos, los valores de solidaridad, de tolerancia, de paz.
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