La adoración de los pastores

A tan excelente tracista, arquitecto y escultor medieval, de origen montañés, como revela el sobrenombre, dediqué una felicitación navideña que todos los años por estas fechas rememoro. Siento no poder facilitar copias a quienes insistentemente me la piden. Se agotaron sobre la marcha.

En cuanto al bajorrelieve, con los medios técnicos actuales nada costaría realizar una copia milimétrica, fiel, exacta. Con el permiso, claro está, del obispado en cuya catedral puede contemplarse durante todo el año.

Tan excelsa obra, en alabastrino mármol blanco, mide 1,56 x 1,56 cms. aproximadamente. Y la lectura iconográfica se condensa en cuatro escenas.

1. Revuelo en el cielo. Los ángeles baten alas, entusiasmados, celebrando lo acontecido abajo, en Belén.

2. Anuncio del ángel. Lo hace, alborozado, gravitando sobre una nube oval.

3. Adoración de los pastores. Tres son lo representados. Uno con casco (sin duda alguna, un soldado), otro con báculo y el más joven de los tres, arrodillado, a los pies del misterio.

4. Sagrada Familia. María, con los brazos en cruz sobre el pecho de lactante, maternalmente admirada. Jesús, desnudito sobre un paño virginal, cuya tierna manita derecha toma el padre, José, infundiéndole ánimo, calor, ternura.

La mula y el buey, al fondo, cuesta percibirlos. La belleza que la escena destila supera cuanto es habitual en un nacimiento, belén o pesebre. Por su mucho arte, la obra arroba tanto al cristiano como a quien no lo es. Y luce tan sólo a unos pasos de la lápida del artífice montañés, donde reposan sus restos.