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Surge, de cuando en cuando, la pregunta de qué hacer con el edificio de la antigua Residencia Cantabria. Y, como siempre, subyace la amenazadora idea de derribarlo con la excusa del deterioro de su fachada y de que sería más costoso su arreglo que la ... construcción de algo nuevo, sin especificar los gastos y sin saber a qué se dedicaría. Desde hace más de siete años el edificio está abandonado, sin mantenimiento alguno, dejando que el tiempo siga con su curso. Se exhiben los problemas de la fachada, que constituye la cáscara del edificio, olvidando la magnífica estructura metálica y su distribución plenamente funcional durante decenios para albergar un gran hospital.
Quienes le dimos vida y uso sabemos que cuenta con once plantas, casi 600 habitaciones, ocho ascensores, un gran salón de actos, zona de quirófanos, cuidados intensivos, cafetería, capilla, cocinas, almacenes... así como multitud de despachos y sótanos donde se situaron las antiguas consultas. Y por si fuera poco, se han invertido millones a lo largo de los años para su adecuado funcionamiento, además de un amplio aparcamiento cubierto, hoy en desuso.
El edificio, una de las escasas construcciones hechas con estructura de hierro, recientemente ha sido mencionado por un prestigioso arquitecto como perfectamente adecuado para varios usos. Tiene un asentamiento privilegiado, dominando desde su altura toda la capital cántabra, y estéticamente es bello. Pero discrepo en la sugerencia de utilizarlo para viviendas sociales, con la excusa de la renovación urbana del entorno. Su distribución interior es la adecuada para un hospital de tamaño medio; así funcionó durante años, como germen del renacer de la vieja Casa de Salud de Valdecilla o como socorro de la misma, cuando se saturó tras el accidente del edificio de Traumatología y a lo largo de la década que duró la construcción del nuevo hospital. Mientras tanto aumenta el número de enfermos crónicos y el de personas que viven solas o necesitan cuidados no estrictamente hospitalarios, sin que exista una dotación adecuada para ellos. La antigua residencia de la Caja de Ahorros, que cumplía una gran labor social, se cerró hace años y hay una amplia demanda de personas para vivir en centros de mayores.
La distribución interna y su emplazamiento sería magnífica para la construcción de un hotel, pero se trata de una propiedad pública. ¿Y si se contemplase emplearlo como centro gerontológico en una comunidad que envejece progresivamente o se actualiza como hospital de larga estancia para enfermos crónicos, aliviando la constante falta de camas de los actuales centros sanitarios, donde los requerimientos tecnológicos y diagnósticos son menores? Pero lo más probable es que se reutilizará como oficinas del Gobierno de Cantabria, que insaciable busca aún más espacios para sus necesidades burocráticas, o quizás tras el derribo se recalifique el terreno para otro uso.
Durante largos años, el viejo Hospital de Liencres permaneció casi abandonado hasta que el presidente Juan Hormaechea decidió revitalizarlo dotándolo de la primera resonancia magnética. Poco después se convirtió en un centro sanitario fundamental, dedicado a la cirugía traumatológica, la geriatría y la oftalmología. Aquella decisión fue un acierto que significó una mejora de la asistencia sanitaria regional. Hay otros edificios como el de Tabacalera, el convento de la calle Alta, el conjunto de la antigua Universidad de Comillas y la antigua Diputación, que podría haberse convertido en el museo de Prehistoria, para transformarse en un solar abandonado.
Ahora la Residencia Cantabria suscita ese afán demoledor tan habitual en nuestra comunidad que ha visto cómo el Hospital Marqués de Valdecilla fue reconstruido varias veces para, al final, ser demolido por completo tras escasos treinta años de vida. En Inglaterra, Francia y Estados Unidos los hospitales conservan sus estructuras tras más de un siglo, con renovaciones periódicas, pero aquí edificamos magníficos centros sanitarios y, en pocos años, los demolemos porque los considerados demasiado anticuados.
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