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La determinación y el valor de las tropas norteamericanas, internacionales y españolas no han conseguido evitar la imagen caótica de la evacuación de Afganistán. La multiplicación de informaciones y testimonios dramáticos y los análisis pesimistas sobre el futuro del país, deshecho en manos de ... la guerrilla talibán, han generado además una percepción generalizada de fracaso, que los atentados de Kabul han confirmado de manera trágica. Expectante y conmovida, la opinión pública de los países implicados contempla cómo en los informativos se habla con igual intensidad y en el mismo discurso del fracaso de Occidente y del éxito y la heroicidad de los militares y los servicios de exteriores.
En esta desconcertante catarata de propaganda se buscan respuestas periodísticas para responder a cuestiones estratégicas. Saigón y la equiparación de la retirada de Kabul con el final de la guerra de Vietnam ha sido una de las más recurrentes. Sin ser el mismo contexto histórico, ni los actores y el orden mundial equiparables, y advirtiendo sobre el error de forzar paralelismos con acontecimientos lejanos y complejos, la experiencia que ofrece la observación de la historia puede aportar algunas hipótesis que ayuden a comprender mejor las perspectivas de futuro en Afganistán.
Los Acuerdos de Paz de París en 1973 pusieron fin a la cruenta guerra de Vietnam después de casi dos décadas de conflicto y de la ofensiva vietnamita del Tet en 1968. Estados Unidos asumió entonces la derrota y el fracaso estratégico de haberse enfrentado al comunismo en Asia de manera directa. El final vino motivado por distintas razones entre las que se encontraba la imposibilidad de ganar una guerra convencional frente a un enemigo fuertemente apoyado por la Unión Soviética y China, con un nivel de victimización inasumible y con un constante rechazo interno e internacional. Pero el final del conflicto coincidió con el prolongado deterioro de la entente comunista ruso-china desde 1962, y con el cambio de rumbo estratégico norteamericano, que en 1972 giraba hacia el establecimiento de relaciones con China, plasmado en la visita del presidente Nixon a la China de Mao. El denominado «diálogo operativo» entre ambos países se reactivaría en 1977 con la llegada de Deng Xiao Ping al poder y la apertura china al comercio con Europa y Asia.
Para construir una relación triangular con el bloque comunista, Estados Unidos inició la política de distensión firmando los acuerdos nucleares Salt 1 con la Unión Soviética en 1974 ampliados en la década de los 80 con los Salt 2 y los tratados Start. La salida de Vietnam por consiguiente no puede explicarse solamente como un mero fracaso sino como un giro en la gestión de la bipolaridad basada en la distensión y la readaptación de la doctrina estratégica en Asia. La retirada norteamericana no propició la paz en la región y Vietnam prosiguió su acción bélica invadiendo Camboya.
La bipolaridad de entonces no es comparable a la multipolaridad de nuestros días, donde la nueva realidad de pugna entre potencias deja a Afganistán en medio de las influencias de Pakistán, Irán y el integrismo, pero también pendiente de los intereses comerciales y de seguridad de Rusia, China y la India. Además de la observación geopolítica de Occidente, Turquía y las monarquías del Golfo. Sin fuerzas internacionales sobre el terreno, la posibilidad de que se reproduzca alguna confrontación violenta no es descartable. Como tampoco lo es que alguno de los actores haga valer su capacidad de influencia en el país.
Pero en este contexto de cambio estratégico asumido por Estados Unidos, que sitúa a la rivalidad con China como prioridad para la seguridad y el interés nacional americano, la doctrina realista podría buscar nuevos equilibrios de poder en el marco poliédrico y no triangular del momento histórico actual. Un equilibrio variable y cuidadosamente diseñado como en Oriente Medio donde las alianzas con Israel, Arabia Saudí, Emiratos o Turquía han sido revisadas y actualizadas, tras el conflicto de Irak y la catástrofe de Siria.
El documento de seguridad nacional de 2017 y algunos análisis posteriores, hablan de rivalidad y competición, pero no necesariamente de enemistad o enfrentamiento más allá de las líneas rojas predeterminadas por la proliferación nuclear o la hostilidad unilateral contra objetivos considerados estratégicos como lo son para los americanos algunos países del Pacífico como Taiwán o Japón. Asia Central vive con expectación periodística la llegada al poder de los talibanes y los riesgos humanitarios. Mientras los servicios de exteriores preparan los nuevos manuales para gestionar el orden mundial. Algunos, lo han denominado el orden postoccidental, aunque Estados Unidos no ha perdido su liderazgo, como tampoco lo terminó perdiendo después de Vietnam. Y otros, con idéntica intensidad y en el mismo discurso denominan a este orden en construcción: la nueva competencia global entre potencias. Sobre este modelo la historia nos ha enseñado que no hay aliados permanentes, ni enemigos permanentes. Sino intereses permanentes.
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