Agarrénse, que vienen curvas. ¿O no?
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ANÁLISIS ·
Aunque la situación no sea excesivamente comprometida, deberían pensarse medidas de ajuste fiscal y reformasDesde que el entonces presidente del BCE, Mario Draghi, dijera aquello tan famoso de que haría todo lo que tuviera que hacer para salvar al ... euro y, con él, a la economía europea, la política monetaria de la eurozona ha jugado un papel expansivo, claramente anticíclico, con, sobre todo, dos medidas estrella: el mantenimiento del tipo de interés de referencia a niveles históricamente muy bajos y la compra de ingentes cantidades de deuda.
Aunque el BCE decidió en septiembre pasado empezar a relajar esta última medida, en principio actuando sobre el programa de compras de deuda vinculadas a la pandemia, el organismo se había mostrado muy cauto, casi temeroso recordando la metedura de pata de Trichet, sobre la posibilidad de tocar los tipos de interés. Ahora que, sobre todo por las tensiones en los mercados energéticos, la inflación ha repuntado y será, sin duda, algo más intensa y duradera de lo que en principio se estimaba, el BCE parece mostrarse abierto a la posibilidad de modificar los tipos de interés bastante antes de lo que se pensaba; en este sentido, los mercados financieros, que siempre están a la que salta, ya anticipan que podrían producirse una o dos subidas de tipos a lo largo del año en curso.
El mero hecho de esperar que los tipos suban (¡ay, las expectativas!) está teniendo ya algunos efectos perjudiciales para las economías y, en particular, para una economía tan endeudada como la española: la prima de riesgo se tensa, el Euribor empieza a ganar puntos, y aumenta la remuneración exigida en las emisiones de deuda.
Por ahora, nada de esto parece ser muy preocupante, pero ¿qué ocurrirá si salarios y márgenes de beneficios no se moderan y la inflación se mantiene en niveles elevados durante demasiado tiempo y, en consecuencia, el BCE se ve obligado a aplicar, con subidas de tipos, una política monetaria mucho menos expansiva? Pues, con toda rotundidad, que las cosas se complicarán y que la recuperación económica se podría poner en entredicho.
Es de sobra conocido que, en las actuales circunstancias, una subida de tipos tendrá efectos muy negativos sobre la economía, aunque también, al igual que ocurre con la inmensa mayoría de las medidas económicas, que podrá provocar algunos resultados positivos. Entre estos últimos, el más destacado de todos es el incremento en la retribución del ahorro, algo que, potencialmente, podría hacer que este creciese.
El abanico de efectos negativos en las actuales circunstancias es mucho mayor y más potente que el efecto positivo arriba mencionado. De entre ellos, probablemente los más perniciosos sean los relativos a la reducción del consumo y la inversión (y por lo tanto del crecimiento) y a la aparición de dificultades crecientes para la colocación de la deuda pública y la reducción del déficit.
En tanto en cuanto que la renta se consume o se ahorra, es evidente que, si el aumento de tipos favorece el ahorro, desincentiva en igual medida el consumo, el cual, por cierto, ya está siendo perjudicado, en primera instancia, por el aumento de los precios. En cuanto a la inversión, no cabe duda de que los efectos positivos debidos al incremento de fondos prestables generados por el crecimiento del ahorro se verán neutralizados, probablemente con creces, por el aumento de tipos.
Pese a que gracias al BCE llevamos muchos años sin problemas de financiación de la deuda pública, es obvio que, aunque de forma pausada y distribuida en el tiempo, empezarán a surgir dificultades: habrá que pagar intereses más elevados y aumentará la carga de la deuda y, por ende, los problemas de ajuste del déficit público. Puesto que los pagos de intereses se llevarán un pellizco creciente del presupuesto, la capacidad de este para desarrollar políticas públicas expansivas se verá, poco a poco, más limitada.
Por todo lo expuesto, aunque la situación actual no sea excesivamente comprometida, la previsión de que el BCE lleve a cabo un aumento de tipos más pronto que tarde debería hacernos meditar en poner en marcha medidas tanto de ajuste fiscal como de reformas estructurales. Pero, lo primero de todo, sería mostrar sensatez por parte de trabajadores y empresarios, moderando pretensiones salariales y de beneficios para mantener embridada la subida de precios; es decir, no echar leña al fuego, minimizando los efectos inflacionistas de segunda ronda. Como siempre, prevenir antes que lamentar.
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Ana del Castillo
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