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Uno. El joven que dijo haber sido agredido por ser homosexual mintió. Pero sí suceden agresiones por esta causa: algunas son palizas, hay insultos, hay acosos, hay vejaciones. Y muchas no son denunciadas. Por cierto, aunque las estadísticas indican que estos delitos de odio ... han aumentado, las cifras deben ser tomadas con precaución: ahora se denuncia más. Por otra parte, los medios de comunicación, al informar de estos graves casos, contribuyen a su visibilidad (y a que la población tenga conciencia del problema, de la injusticia).
Dos. Nuestra sociedad hoy es mejor que ayer. Los derechos humanos y las libertades presiden la convivencia. La gran mayoría de los españoles somos tolerantes, abiertos; la mayoría somos más sensibles y nos repugnan estas agresiones, estas injusticias. Pero también hay personas y grupos intolerantes que no saben convivir, que quieren imponer su forma de ver el mundo, su forma de pensar y su forma de amar.
Tres. No vivimos en el paraíso. En nuestro mundo hay mucha violencia: hay guerras, y terrorismo, y hay asesinatos por intereses económicos, y por ideología política: por el nacionalismo extremo, por el totalitarismo de derechas y de izquierda.
La violencia entre personas, la que sucede en la casa de al lado, seguramente por tenerla tan cerca me indigna y estremece especialmente. Me refiero a la violencia contra las mujeres, y contra los niños, y contra los ancianos.
Hoy me detengo en los delitos de odio; es decir, se agrede al otro, se le insulta, se le acosa, se le veja, se le discrimina, porque es diferente: de otra raza, de otra ideología, de otra nacionalidad, o porque reza a otro dios, o porque es pobre o, en el caso que nos ocupa, por su orientación y comportamiento sexual.
Cuatro. ¿Cómo explicar estas agresiones? El fenómeno es complejo. En algunos casos la causa es la personalidad autoritaria; esta, relacionada con la baja autoestima, con un cierto complejo de inferioridad y con la inseguridad en las propias convicciones, provoca que algunas personas rechacen al otro (el distinto rompe los esquemas: muestra que la forma de pensar y de actuar no es única, y eso produce inseguridad y temor).
Se ha explicado que la frustración provoca agresividad. Algunas personas sin trabajo, sin un proyecto vital, sin una correcta integración social, agreden a los que son distintos: les convierten en un chivo expiatorio. Como explicó Hannah Arendt, en muchos casos existe una banalización del mal. Es decir, en ocasiones, detrás de la violencia no hay un discurso ideológico o es muy elemental. Algunos necesitan hacer algo que rompa su tedio cotidiano e imitan lo que han visto en una película o en un videojuego. Otros copian lo que ha sucedido en otra localidad. De esta forma, cometiendo la 'hazaña' de agredir a un homosexual o a un indigente se convierten en protagonistas: son los más atrevidos, los más duros. Y si el suceso aparece en los medios de comunicación entonces su sensación de poder se ve incrementada (por eso algunos se graban y lo publican en las redes sociales).
El comportamiento grupal también contribuye a explicar algunas agresiones. En ocasiones, el líder o un sector del grupo presiona a los otros miembros. También se produce un efecto de contagio (si los otros lo hacen ¿cómo no lo voy a hacer yo?) y de competición interna: a ver quién es más valiente o más radical. Y si se ha bebido alcohol o se han tomado drogas entonces la ruptura de las normas se hace con más facilidad. Tampoco puede olvidarse que el ambiente de crispación política provoca una disminución del diálogo y, como consecuencia, un incremento del radicalismo y de la intolerancia.
Con frecuencia, detrás del rechazo al diferente se encuentran los prejuicios. El etnocentrismo extremo, considerar que mi grupo es el mejor, y el pensamiento único (pensar que mi cultura es superior, que mi dios es el único y verdadero, que mi orientación sexual es la correcta, que mi forma de vivir es la buena), también provoca intolerancia. En bastantes ocasiones, la falta de empatía es consecuencia de no haber tenido relación con grupos distintos. Esa falta de experiencias sociales provoca dificultades para admitir otras formas de vida.
Cinco. ¿Qué puede hacerse? No tengo la solución a un problema tan complejo. Lo que está claro es que no podemos permanecer indiferentes. La indiferencia nos hace cómplices. Debemos expresar nuestro rechazo y denunciar esa violencia y esa discriminación. Hay que hacer más pedagogía de la paz, de la tolerancia, de la empatía; hay que educar a los jóvenes en estos valores y formas de relación.
Por supuesto, las autoridades deben actuar. Y los políticos deben abandonar la demagogia y la pelea electoral. Los medios de comunicación deben cuidar sus informaciones: la libertad de expresión y la obligación de informar son fundamentales, pero hay que huir del sensacionalismo.
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