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Al decir que la pandemia nos haría mejores y más solidarios o que de esta saldríamos más fuertes, igual se nos fue la mano un poco. A la luz o a la sombra de muchos de los acontecimientos actuales, no parece que hayamos aprendido demasiado. ... Es más, involucionamos.
Las denominadas redes sociales son un caldo de cultivo perfecto para la «mala leche». Para abrir Twitter o Facebook mucho cibernauta se pone chaleco antibalas o escafandra, esperando que no le salpiquen dos bofetadas. El anonimato te permite poner de vuelta y media a todo quisqui, sin implicarte demasiado ni dar la cara. Y de ahí, pasamos a los platós televisivos. Mucho aspaviento y poco debate, en consonancia con el ruedo parlamentario donde hay excesivo insulto sin gracia, demasiado artificio y poca eficacia.
Y claro, en esta sociedad hay de todo y cada vez son más los que gestionan mal «el que hay de lo mío». Se exige aquí y ahora. Y una cosa es reclamar y otra gritar, golpear y agredir. Es entonces cuando los derechos y las razones se pierden. Y cada vez ocurre más a menudo que se coge por el pecho al camarero, se abofetea al celador y se insulta al profesor de educación física de turno porque mi hijo no puede suspender ni a las palas. Y para más inri, abundan los que, tras aparentemente condenar los vergonzantes acontecimientos, al momento incluyen el fatídico «pero». Y tras él, una retahíla de razones que justifican lo injustificable. Ese «pero» nos condena aún más como sociedad. Viendo fantasmas en todo lugar y siendo negacionistas por definición. Terraplanistas de manual.
Los derechos siempre se han conquistado y conservado en las calles, con el consiguiente paso posterior por las urnas. Pero las avenidas y calles de nuestros pueblos y barrios están cada vez más vacías. Y no será porque no haya motivos para llenarlas. La sanidad, la justicia, ciencia, educación y un largo etcétera de pilares de nuestra sociedad ibérica son más que mejorables. Cada año pierden prestigio y calidad. La respuesta no creo que sea ni vilipendiar al médico, ni despotricar en estas líneas.
El nefando político como coartada ya no cuela. Especialmente en el corralito montañés, donde poco podemos esperar de una inmensa mayoría de la oligarquía regional. Región pequeña, infierno grande. Un terruño anestesiado por un clientelismo que todo lo infecta, que narcotiza a muchos ciudadanos y que inmoviliza cualquier iniciativa reivindicativa de envergadura. Si los derechos continúan jibarizándose en este universo menguante, tal vez cuando nos decidamos a dar un paso adelante sea demasiado tarde. Y entretanto, fijamos nuestra frustración por la pérdida de servicios y calidad en quien se encuentra delante de un mostrador, una ventanilla, una consulta o un surtidor dando la cara. Esperemos que no se la partan.
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