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De Virila (s.XI), abad del monasterio de Leyre (Navarra), se cuenta que un día salió al campo para meditar sobre cómo debía ser la eternidad, y se le pasó el tiempo escuchando el canto de un ruiseñor. Al volver, el hermano portero no le ... reconoció. «Soy el abad, el abad Virila» dijo, sorprendido. Al final, comentándolo con la comunidad, descubrieron que 300 años antes había existido un abad llamado Virila, del que se perdió la pista de un día para otro. Para el santo, lo que creyó que había sido un rato en presencia de Dios, en realidad fueron tres siglos. «Mil años en tu presencia son como un ayer que pasó» (Salmo 89).

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