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Un discípulo, antes de ser reconocido como tal por su maestro, fue enviado a la montaña para aprender a escuchar la naturaleza. Al cabo de un tiempo, volvió para dar cuenta al maestro de sus avances.
–He oído el piar de los pájaros, el ... aullido del lobo y el ruido del trueno.
–No, vuelve otra vez a la montaña. Aún no estás preparado.
Por segunda vez dio cuenta al maestro de lo que había percibido.
–Maestro, he oído el ruido de las hojas al ser mecidas por el viento, el cantar del agua en el río, el lamento de una cría de águila sola en el nido.
–No. Aún no. Vuelve de nuevo a la naturaleza y escúchala.
Por fin, un día…
–Maestro, he oído el bullir de la vida que irradiaba del sol, el crecimiento de los tallos de un gran árbol, el latido de la savia que ascendía en el tallo, el temblor de las hojas al abrirse acariciadas por la luz.
–Ahora sí. Ve, porque has escuchado lo que no se oye.
Posiblemente tengamos que afinar nuestra percepción, porque es claro que oír las noticias, no es escuchar el miedo de animales y personas ante el crepitar de las llamas avanzando sin piedad y destruyendo todo a su paso. Y ya que estamos, también debiéramos aprender a escuchar muchas cosas más; la desesperación de quién no llega a fin de mes, la tristeza de los niños que saben que son muy pobres, los pensamientos de una chica sola en la noche, el dolor del anciano a quién nadie visita… ¡Aprender a escuchar¡, no es una asignatura para la escuela, lo es para la vida.
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