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Con frecuencia podemos caer en la simpleza de creer que los pobres son solo aquellos que vemos, aunque no queremos acercarnos a ellos, 'con cartel ... de pobre', queriendo llamar así nuestra atención. Pero hay muchos más. La familia que vive en una chabola cerca de una urbanización. El vagabundo que se vuelve transparente a la puerta de un supermercado. El refugiado que huye de una guerra conocida o desconocida. La cola de la Cocina Económica o la de Cáritas, o la de muchas parroquias, todos los meses del año. La viuda joven que visita el cementerio con un futuro más que incierto. El anciano al que nadie visita. El trabajador mal pagado. El adolescente adicto. El enfermo terminal.
El niño que sufre bullying. La madre soltera. La persona con discapacidad sin nadie con quien conversar. El parado consciente de que ya será para siempre. El inmigrante preso de los estereotipos. Son los pobres sin cartel de pobres. Los mismos que, aunque están, nadie quiere tener la certeza de que son y están. Los que nadie recuerda. No tienen días especiales y nadie se manifiesta en su favor. No interesan realmente a ningún político (salvo en elecciones). El Papa Francisco los llama 'descartados', algunos intelectuales les denominan 'desarraigados', 'marginados', 'olvidados', o 'los nadie'.
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lucas 6,20). Posiblemente el ayuno, la limosna y la oración que se nos pide el Miércoles de Ceniza tenga que ver mucho con ellos, con los pobres sin cartel de pobres. La Cuaresma nos pide afinar la mirada y el corazón para que actuemos, sabiendo eso sí, que son los preferidos de Dios.
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